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Milton ARRIETA-LÓPEZ

La elección presidencial de 2024 en Estados Unidos : La Aretecracia, los Masones y su Huella en la Historia Política.





La elección presidencial de 2024 en Estados Unidos : La Aretecracia, los Masones y su Huella en la Historia Política

por Milton ARRIETA-LÓPEZ


Introducción


En un año que ha puesto a prueba los cimientos de las democracias alrededor del mundo, Estados Unidos ha vuelto a brillar como un ejemplo de participación ciudadana en el que, a pesar de la polarización, el poder de la elección popular se ha hecho escuchar. La democracia estadounidense ha vuelto a demostrar su capacidad de adaptarse y perdurar, y una vez más, las instituciones se han mantenido firmes, conduciendo un proceso electoral que, aunque predecible en su estructura, ha sido una muestra viva del respeto a la voluntad popular. El sistema electoral de Estados Unidos, con su arquitectura de colegios electorales, ha determinado que Donald Trump retorne a la presidencia con 295 votos electorales, los cuales representan 72,761.236 votos o el 50.9% del total, según datos oficiales disponibles al momento de escribir el artículo.


Esta victoria confirma la legitimidad de un proceso electoral donde la estructura de compromisarios, diseñada para equilibrar el peso de los estados en la elección, se impone sobre el voto popular, un sistema que ha funcionado en cada ciclo presidencial y que, en este caso, permite la llegada de Trump al puesto de presidente número 47 de los Estados Unidos. Independientemente de los debates en torno a este sistema, su estabilidad refleja el respeto por las decisiones ciudadanas y la continuidad del gobierno en manos de quienes los ciudadanos eligen.



Donald Trump: Entre la ética y la controversia


Donald Trump, con su retorno al poder, demuestra una vez más su habilidad para conectar con sectores amplios y heterogéneos de la ciudadanía estadounidense. Con una narrativa que ha dado voz a millones de personas que se sienten ignoradas, el presidente electo ha llevado una vez más la balanza a su favor, apelando a un sentido de identidad y determinación que resuena en una parte considerable del electorado. Este segundo mandato es inédito por varios motivos: es la primera vez que un expresidente asume nuevamente el cargo después de haber perdido una elección; es un mandato que tiene lugar en medio de múltiples desafíos judiciales; y es, además, un triunfo en el voto popular, una hazaña que ningún republicano había logrado desde George W. Bush en 2004.


Trump representa una figura polémica en el contexto político estadounidense y mundial. Su regreso a la Casa Blanca es significativo no solo por ser una figura de avanzada edad al asumir el cargo, sino también por sus múltiples enfrentamientos con la justicia. En 2024, a pesar de haber sido condenado por un tribunal de Nueva York por falsificación de registros comerciales en su campaña de 2016, Trump se ha impuesto en las urnas, lo que resalta su capacidad de trascender los escándalos que lo rodean y consolidar un apoyo popular robusto. Su victoria proyecta un mensaje claro: muchos ciudadanos, sin importar los conflictos legales y éticos que lo rodean, encuentran en Trump un líder que les representa.


Durante su primer mandato, Trump se convirtió en el primer presidente en ser imputado penalmente, y las investigaciones en su contra, tanto en temas de integridad electoral como en el contexto del asalto al Capitolio, siguen pendientes. No obstante, como nuevo presidente, tendrá la potestad de influir en el Departamento de Justicia para decidir sobre estas investigaciones, un hecho que añade complejidad a su figura y plantea interrogantes sobre los límites de la ley en la cúspide del poder. Su retorno al poder también marca la victoria de una narrativa populista que ha calado hondo en las bases republicanas y que, en muchos casos, ha revitalizado el espíritu de identidad estadounidense en una era de incertidumbre.



El perfil de un presidente y su distancia de la Aretecracia


A la luz de sus acciones y de su personalidad, Trump dista mucho del perfil aretécrata. En términos de carácter y valores cívicos, el perfil de Trump se enmarca en un liderazgo que, lejos de la moderación y del enfoque ético que caracteriza a un gobernante en una aretecracia, se sostiene en un estilo populista. El populismo, entendido como un sistema que amplifica las demandas y ansiedades de un sector de la población, suele priorizar la voluntad inmediata de las masas, apelando a sus emociones y necesidades, muchas veces en detrimento de una visión de largo plazo que construya un bien común equilibrado y duradero. Este estilo se convierte en un arma de doble filo, pues logra movilizar al electorado, pero a menudo sacrifica los valores de deliberación, consenso y prudencia que son esenciales para una democracia sólida.


En las democracias actuales, el acceso al poder político es un derecho que, paradójicamente, también se convierte en una vulnerabilidad: cualquiera puede conquistar el poder, cualquiera puede gobernar, incluso sin la preparación ética y profesional adecuada. En contraste, en la democracia de las antiguas polis griegas, el ejercicio del poder se limitaba a un grupo específico de ciudadanos: hombres libres, excluyendo a mujeres, esclavos y extranjeros (metecos). La ciudadanía plena era un privilegio reservado, y el acceso a los roles de liderazgo recaía en aquellos educados rigurosamente para deliberar, gobernar y actuar en función del bien común. Este «cualquiera» del que se habla en la democracia contemporánea no era aplicable en el contexto griego, ya que los ciudadanos aptos para el poder eran reducidos y selectivos, preparados para cumplir con sus deberes cívicos y sometidos a una intensa supervisión social.


Sin embargo, en las democracias modernas, replicar la metodología de la antigua democracia griega resulta imposible debido a la magnitud y complejidad de los Estados actuales: ya no se trata de una pequeña Polis de aproximadamente 2,000 ciudadanos, sino de repúblicas con poblaciones que, en algunos casos, superan los 300 millones de habitantes, como sucede en los Estados Unidos. En este contexto, la estructura participativa y la supervisión directa que caracterizaban a la democracia griega son impracticables.


Hoy, en lugar de la participación ciudadana directa y la vigilancia cívica de iguales, factores como la popularidad mediática, el poder económico y la demagogia se han convertido en trampolines hacia el poder. Esto facilita el ascenso de individuos que dominan el discurso seductor o que cuentan con el respaldo financiero y de élites influyentes, quienes, a menudo, logran imponer sus intereses en detrimento de la deliberación ética y del bien común. En este sentido, el acceso al poder en las democracias modernas se ha distanciado considerablemente de los ideales de virtud y excelencia que orientaban la participación política en las antiguas polis.


Esta distorsión, donde la voz del más influyente se impone sobre la razón y la ética, es peligrosa porque permite que líderes sin el compromiso ético o la preparación adecuada definan el destino de naciones enteras y a veces, del mundo entero. La Aretecracia, en cambio, se concibe precisamente para evitar estos riesgos: solo aquellos con virtudes probadas, y un sentido profundo del deber cívico, pueden asumir la responsabilidad de liderar, garantizando así un gobierno donde el poder no sea para «cualquiera», sino para quien realmente lo merece.


La Aretecracia propone un modelo en el que quienes aspiran a gobernar deben primero someterse a un riguroso proceso de evaluación y cualificación, asegurando que solo aquellos con las competencias éticas y profesionales adecuadas puedan acceder al poder. Este sistema está diseñado para protegerse tanto de la oclocracia, el gobierno descontrolado de las masas, como de la plutocracia, el dominio de los intereses económicos.


Basado en el concepto griego de «areté» o virtud, la Aretecracia defiende la necesidad de líderes con un profundo sentido del deber ético y una clara orientación hacia el bien colectivo. En este sistema, el populismo no tiene cabida, ya que los líderes no buscan simplemente la aprobación momentánea de las masas, sino que se comprometen con la excelencia y la justicia en la toma de decisiones, construyendo así un futuro estable y armónico para la sociedad.



La Aretecracia: Un Nuevo Horizonte Ético en la Gobernanza Democrática


La Aretecracia se presenta como una evolución de la democracia moderna, manteniendo la estructura fundamental del sufragio universal pero introduciendo un elemento crucial: la cualificación ética y profesional de los candidatos. En este sistema, el pueblo sigue eligiendo a sus representantes mediante el voto, como en cualquier democracia, pero selecciona entre candidatos que han pasado previamente por un riguroso proceso de evaluación. Esta cualificación no es solo un filtro técnico; es un mecanismo para asegurar que quienes aspiren a gobernar tengan no solo las habilidades políticas necesarias, sino también un alto estándar ético y una orientación genuina hacia el bien común.


Cualificación: La Licencia Ética para Gobernar

En la Aretecracia, gobernar no es un derecho automático para cualquiera. Al igual que en muchas profesiones donde se requiere una licencia para ejercer —ya sea en medicina, derecho, o ingeniería—, la Aretecracia establece que el liderazgo político debe estar reservado para aquellos que hayan demostrado su idoneidad ética y profesional. La idea de que cualquier persona, independientemente de su preparación o integridad, pueda aspirar a los más altos cargos del Estado es, en este sistema, una vulnerabilidad que se debe corregir. Para acceder a un cargo de gran impacto en la vida de la ciudadanía, los candidatos deben haber pasado un proceso de cualificación que certifique tanto sus méritos como su compromiso con principios universales.


El Proceso de Evaluación: Un Blindaje Ético para el Poder

El proceso de cualificación previo puede tomar varias formas, pero todas tienen un denominador común: el compromiso con la excelencia ética y el respeto a los derechos humanos. Este proceso es llevado a cabo por instituciones independientes y prestigiosas, que pueden analizar en profundidad tanto los logros y antecedentes de los candidatos como su integridad moral y su orientación al bien común. A continuación, se presentan cuatro ejemplos de cómo puede llevarse a cabo esta cualificación:


1. Tribunales Independientes de Cualificación Ética: En la Aretecracia, podría crearse un tribunal autónomo y éticamente intachable que supervise la cualificación de los candidatos. Este tribunal examinaría los méritos académicos y profesionales del candidato, pero también su ética, sus discursos y la compatibilidad de sus propuestas con los derechos humanos, especialmente en cuanto a la libertad, igualdad y solidaridad. Esta institución independiente garantizaría que el proceso de evaluación sea justo, imparcial y riguroso.


2. Evaluación por Universidades Acreditadas: Otra vía posible para la cualificación son las universidades de prestigio, que podrían jugar un rol clave en la certificación de los candidatos. Estas instituciones, conocidas por su independencia y rigor académico, podrían implementar programas de evaluación que revisen la formación ética, el conocimiento en derechos humanos y los antecedentes de los aspirantes a cargos públicos. Sería un proceso similar al de obtener una acreditación profesional, asegurando que los futuros líderes tienen las competencias y valores necesarios para gobernar con responsabilidad.


3. Paneles de Expertos en Ética y Derechos Humanos: Además de tribunales y universidades, paneles de expertos en ética, derecho internacional y derechos humanos podrían encargarse de evaluar la idoneidad de los candidatos. Estos paneles se centrarían en analizar si las acciones, propuestas y trayectoria del candidato son compatibles con valores universales como la paz, la justicia y la sostenibilidad ambiental, esenciales para un liderazgo ético y comprometido con el bienestar común.


4. Cuerpo Internacional de Cualificación Ética Anexado a Naciones Unidas: Un modelo adicional y ambicioso en la Aretecracia podría incluir la creación de un cuerpo internacional de cualificación ética, vinculado a las Naciones Unidas, encargado de evaluar a los candidatos para cargos de alto liderazgo en cada uno de los 193 países miembros de la ONU. Este organismo independiente estaría compuesto por expertos en derechos humanos, ética, derecho internacional y sostenibilidad, asegurando una evaluación imparcial y globalmente estandarizada. Su objetivo sería establecer criterios de cualificación universalmente aceptados, garantizando que los líderes de los países miembros estén comprometidos con los principios de la Carta de las Naciones Unidas, tales como la paz, el respeto a los derechos humanos y la protección del medio ambiente. Este cuerpo internacional de cualificación podría actuar como un garante de la ética y la competencia en la gobernanza, brindando a las naciones una herramienta adicional para asegurar que sus líderes no solo sean competentes, sino también moralmente idóneos y alineados con los valores de la comunidad global.



La Ética y los Derechos Humanos en el Corazón de la Aretecracia


En la Aretecracia, la ética del candidato no es un concepto abstracto o secundario; es un pilar fundamental. Solo los líderes que demuestren una coherencia clara entre su ética personal y los derechos humanos pueden aspirar a la gobernanza. Esto incluye una alineación con los principios del derecho internacional, el respeto por el medioambiente y la promoción de la paz. La Aretecracia establece así un compromiso profundo con una visión de liderazgo que respete y proteja los derechos de todos los ciudadanos, promoviendo una convivencia justa y sostenible.


Este sistema evita la manipulación populista y el ascenso de líderes carismáticos pero vacíos de sustancia ética, así como la influencia desmedida de las élites económicas que, en otros sistemas, tienden a monopolizar el poder. Al mantener la estructura democrática del sufragio universal, pero añadiendo este filtro ético y de cualificación, la Aretecracia se convierte en un antídoto contra el autoritarismo, el populismo y la plutocracia, ofreciendo una gobernanza responsable, justa y enfocada en el bienestar común.


En definitiva, la Aretecracia no solo es una evolución de la democracia; es un paso adelante en la construcción de un modelo político donde el poder se ejerce con conciencia, virtud y excelencia ética, garantizando que quienes gobiernan lo hagan con el más alto compromiso hacia el bien común y los valores universales.


Si desea saber más sobre la propuesta aretecrática para revitalizar la democracia contemporánea puede revisar el siguiente trabajo: ARRIETA LÓPEZ, M. (2019). De la democracia a la Aretecracia: origen, evolución y universalización / From Democracy to the Aretecracy: Origin, Evolution and Universalization. Utopía Y Praxis Latinoamericana, 24, 115-132. https://produccioncientificaluz.org/index.php/utopia/article/view/29689



Los Masones y su Huella en la Historia Política de Estados Unidos


Los masones han dejado una profunda huella en la historia de Estados Unidos, desde los tiempos de la Revolución Americana, no fueron pocos los masones que desempeñaron un rol relevante en la sociedad, y algunos de los padres fundadores que dieron vida a esta república democrática fueron miembros destacados de la masonería. Uno de los masones más recordados es Benjamín Franklin, un hombre de ciencia, diplomacia y visión, cuya influencia fue clave en la independencia de las colonias americanas y en la construcción de sus cimientos institucionales. La figura de Franklin simboliza ese espíritu masónico de progreso y fraternidad, y aún hoy la masonería se entrelaza con la fundación de Estados Unidos, alimentando leyendas sobre ritos, valores y símbolos masónicos presentes en los principios rectores de la nación.


Entre los presidentes de Estados Unidos que también fueron masones se destacan figuras como George Washington, el primer presidente y una de las personalidades más veneradas en la historia estadounidense, o Franklin D. Roosevelt, quien lideró al país durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Estos líderes, recordados por su fortaleza y compromiso con el país, reflejan en sus mandatos la dedicación a un ideal cívico compartido, que muchos interpretan como una extensión de los valores masónicos. Hasta hace unas décadas, la masonería americana gozaba de una influencia importante en la sociedad y la política del país, y para la mitad del siglo XX, su membresía alcanzaba los 4,103,161 miembros. La masonería era una organización activa y respetada en los círculos de poder, con logias prósperas que participaban en la vida cívica y cultural de Estados Unidos.


Sin embargo, hoy en día, la realidad es muy distinta. La membresía de la masonería en Estados Unidos ha disminuido drásticamente, y en 2023 alcanzó apenas los 869,429 miembros. Si bien es una cifra que sigue siendo significativa, se trata de una representación pírrica en comparación con la época en la que la masonería era un fenómeno de masas en la sociedad americana. La masonería regular en Estados Unidos ha evitado que la política directa permee sus logias, promoviendo un espacio neutral en donde la fraternidad no depende de alineamientos ideológicos. Sin embargo, es inevitable que las ideologías individuales de los miembros terminen filtrándose en las logias, al fin de cuentas, los seres humanos son personas políticas, y en este sentido, tanto republicanos como demócratas están representados en las logias en las mismas proporciones que refleja la sociedad estadounidense en general.


Con el reciente resultado electoral, que trae de regreso a Donald Trump a la Casa Blanca, podemos afirmar que tanto los masones como el conjunto de los ciudadanos han ejercido su derecho al voto en una decisión legítima que se debe respetar, esperamos también que no tengamos que sufrirla demasiado.


Lo cierto es que la masonería norteamericana, en otro tiempo ejerció una notable influencia en la vida pública de los Estados Unidos: no obstante, se encuentra hoy alejada del poder institucional. Gerald Ford, quien asumió la presidencia en 1974, fue el último presidente masón en ocupar la Casa Blanca, marcando el fin de una era en la que los masones estaban más conectados con las esferas de decisión política. Sin embargo, aunque su presencia en el ámbito político ha disminuido, la masonería estadounidense sigue manteniendo una activa labor en el ámbito caritativo. Las logias masónicas continúan desarrollando programas de ayuda social, educación y servicios comunitarios, contribuyendo al bienestar de diversas comunidades en el país. Esta acción caritativa, aunque valiosa, ya no es suficiente para asegurar la relevancia de la masonería en un mundo en constante cambio.

Las autoridades de la masonería norteamericana son plenamente conscientes de la crisis que atraviesa la institución y han implementado diversas estrategias para frenar la constante disminución en su membresía, que cada año pierde entre sesenta mil y setenta mil masones. Desde la segunda mitad del siglo XX, esta tendencia a la baja se ha mantenido constante. Entre las iniciativas destacadas está el programa conocido como «One Day Journey», diseñado para atraer a nuevos miembros mediante un proceso acelerado en el que, en un solo día, una hombre libre y de buenas costumbres puede ascender hasta el grado 32 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Sin embargo, esta estrategia no ha logrado los resultados esperados y no ha tenido un impacto significativo en el crecimiento de la membresía, ya que parece centrarse más en la cantidad que en la calidad del proceso masónico. La reducción del tiempo y el rigor tradicional en la formación han sido percibidos por muchos masones como una pérdida de la esencia misma de la orden, lo que ha dificultado la retención de nuevos miembros y ha limitado el atractivo de la masonería para las nuevas generaciones.


Para revitalizarse y lograr un crecimiento significativo, la masonería estadounidense debe replantearse a fondo y considerar reformas que antes parecían impensables. Uno de los mayores desafíos para la masonería anglosajona es derrumbar ciertos dogmas que ya no tienen sentido en la era actual, como la exclusión de la mujer, que representa a la mitad de la humanidad y la restricción de logias mixtas. Abrirse a la inclusión de mujeres, permitir la configuración de logias que integren a personas de distintos géneros y salir de su ensimismamiento podrían ayudar a la masonería a sintonizar mejor con los valores y necesidades de la sociedad contemporánea.


Menos dogma y un enfoque más amplio en el humanismo podrían ser pasos hacia esta dirección de modernización. No obstante, el futuro de la masonería dependerá en buena medida de su capacidad de autocrítica y adaptación. Utilizando sus propias herramientas de reflexión moral, la masonería tiene la oportunidad de «pulir su Piedra» para evolucionar y renovar su misión y relevancia en el mundo actual.



Conclusión


La elección de Donald Trump para un segundo mandato marca un hito en la historia contemporánea de Estados Unidos y proyecta un reflejo claro de las inquietudes y aspiraciones del electorado. Aunque el sistema electoral ha funcionado de manera legítima, su victoria resalta los desafíos éticos y morales que enfrenta la política moderna, donde los ideales de la aretecracia se vuelven más pertinentes que nunca. En un mundo de creciente polarización y fragmentación, donde el populismo y la plutocracia intentan ocupar el espacio de la verdadera virtud cívica, la aretecracia emerge como un modelo necesario para garantizar una gobernanza que honre el bien común y que mantenga un blindaje ético contra los excesos del poder.


El modelo democrático, con todas sus virtudes, aún no ha logrado blindarse contra las tentaciones populistas ni garantizar que los líderes elegidos representen realmente un modelo de virtud y moral. La elección de personajes como Milei o Maduro nos recuerda que la democracia, aunque valiosa y legítima, también necesita renovarse y fortalecer su base ética. En última instancia, el retorno a un enfoque en la virtud cívica y en la responsabilidad moral de los gobernantes puede representar el renacimiento de una política más justa, una política que inspire confianza y que devuelva la esperanza de un futuro mejor para todas las naciones.

Milton ARRIETA-LÓPEZ



 


The 2024 U.S. Presidential Election : Aretecracy, and Freemasons’ Influence in Political History

by Milton ARRIETA-LÓPEZ



Introduction


In a year that has tested the foundations of democracies worldwide, the United States once again stands out as an example of citizen participation, where, despite polarization, the power of popular choice has been clearly expressed. American democracy has once again shown its resilience and adaptability. Once more, institutions have remained steadfast, guiding an electoral process that, though predictable in its structure, has exemplified respect for the popular will. The U.S. electoral system, with its Electoral College framework, has ensured Donald Trump’s return to the presidency with 295 electoral votes, representing 72,761,236 votes or 50.9% of the total, according to official data available at the time of writing.


This victory confirms the legitimacy of an electoral process in which the compromise-based structure, designed to balance the states' influence in elections, prevails over the popular vote—a system that has functioned throughout every presidential cycle and, in this case, leads to Trump’s role as the 47th President of the United States. Regardless of debates over this system, its stability reflects respect for citizens' decisions and the continuity of governance in the hands of those chosen by the people.



Donald Trump: Between Ethics and Controversy


With his return to power, Donald Trump once again demonstrates his ability to connect with broad and varied sectors of American citizens. Through a narrative that has given voice to millions who feel overlooked, the President-elect has once again tipped the scales in his favor by appealing to a sense of identity and determination that resonates deeply with a significant portion of the electorate. This second term is unprecedented for several reasons: it is the first time a former president reassumes office after losing a prior election; it occurs amidst numerous judicial challenges; and it is a triumph in the popular vote, a feat no Republican has achieved since George W. Bush in 2004.


Trump is a controversial figure in both American and global politics. His return to the White House is significant not only because of his advanced age upon taking office but also due to his numerous legal confrontations. In 2024, despite being convicted by a New York court for falsifying business records in his 2016 campaign, Trump triumphed at the polls, highlighting his ability to overcome surrounding scandals and consolidate substantial popular support. His victory sends a clear message: many citizens, regardless of the legal and ethical issues surrounding him, see Trump as a leader who represents them.


During his first term, Trump became the first president to face criminal charges, and ongoing investigations into both election integrity and the Capitol assault remain open. Nevertheless, as the new president, he will wield influence over the Department of Justice regarding these investigations, adding complexity to his position and raising questions about the limits of the law at the pinnacle of power. His return also marks the success of a populist narrative that has deeply resonated within the Republican base and, in many cases, revived the American spirit of identity amid uncertainty.



A Presidential Profile Distanced from Aretecracy


In terms of actions and personality, Trump’s profile diverges significantly from that of an aretécrate. Regarding civic values and character, Trump embodies a style of leadership rooted in populism, which contrasts sharply with the moderation and ethical focus characterizing governance in an aretecracy. Populism, understood as a system that amplifies the demands and anxieties of a segment of the population, often prioritizes the immediate will of the masses, appealing to their emotions and needs, often at the expense of long-term visions for a balanced and enduring common good. This style can be a double-edged sword; it mobilizes the electorate but often sacrifices values of deliberation, consensus, and prudence essential to a robust democracy.


In contemporary democracies, political power is paradoxically both a right and a vulnerability: anyone can attain power, anyone can govern, even without the necessary ethical and professional training. In contrast, in the democracy of ancient Greek city-states, the exercise of power was limited to a specific group of citizens: free men, excluding women, slaves, and foreigners (metics). Full citizenship was a reserved privilege, and leadership roles were assigned to those rigorously educated to deliberate, govern, and act for the common good. This “anyone” applicable in contemporary democracy was not applicable in the Greek context, where those eligible for power were selective, prepared to fulfill their civic duties and subject to intense social oversight.


However, replicating the methodology of ancient Greek democracy in modern states is impossible given the size and complexity of current states: we are no longer dealing with a small polis of around 2,000 citizens, but republics with populations that, in some cases, exceed 300 million, as in the United States. In this context, the participatory structure and direct supervision that characterized Greek democracy are unfeasible.


Today, rather than direct citizen participation and civic oversight, factors like media popularity, economic power, and demagoguery have become stepping stones to power. This facilitates the rise of individuals who master seductive rhetoric or have financial support from influential elites, who often impose their interests at the expense of ethical deliberation and the common good. In this regard, access to power in modern democracies has significantly diverged from the ideals of virtue and excellence guiding political participation in ancient city-states.


This distortion, where the voice of the most influential overrides reason and ethics, is dangerous because it allows leaders lacking ethical commitment or adequate preparation to determine the fate of entire nations and, at times, the world. In contrast, Aretecracy is conceived precisely to prevent these risks: only those with proven virtues and a profound sense of civic duty can assume leadership, ensuring a government where power is not for “anyone” but for those who truly deserve it.


Aretecracy proposes a model in which aspiring leaders must first undergo a rigorous evaluation and qualification process, ensuring that only those with the appropriate ethical and professional competencies can access power. This system is designed to protect against both ochlocracy—the uncontrolled rule of the masses—and plutocracy, the domination of economic interests.


Based on the Greek concept of “areté” or virtue, Aretecracy emphasizes the need for leaders with a deep sense of ethical duty and a clear focus on the collective good. In this system, populism has no place, as leaders do not merely seek fleeting approval from the masses but commit to excellence and justice in decision-making, thereby building a stable and harmonious future for society.



Aretecracy: A New Ethical Horizon in Democratic Governance


Aretecracy emerges as an evolution of modern democracy, maintaining the fundamental structure of universal suffrage but introducing a crucial element: the ethical and professional qualification of candidates. In this system, the people continue to choose their representatives through voting, as in any democracy, but they select from candidates who have previously undergone a rigorous evaluation process. This qualification is not just a technical filter; it is a mechanism to ensure that those aspiring to govern have not only the necessary political skills but also a high ethical standard and a genuine orientation toward the common good.


Qualification: The Ethical License to Govern

In Aretecracy, governing is not an automatic right for anyone. Much like professions requiring a license to practice—whether in medicine, law, or engineering—Aretecracy stipulates that political leadership should be reserved for those who have proven their ethical and professional suitability. The notion that anyone, regardless of preparation or integrity, could aspire to the highest state offices is, in this system, a vulnerability that must be addressed. To hold a position of significant impact on citizens' lives, candidates must undergo a qualification process that certifies both their merits and their commitment to universal principles.


The Evaluation Process: An Ethical Shield for Power

The prior qualification process may take various forms, but all share a common denominator: a commitment to ethical excellence and respect for human rights. This process is carried out by independent, reputable institutions that can thoroughly analyze candidates' achievements, backgrounds, moral integrity, and commitment to the common good. Here are four examples of how this qualification can be conducted:


1. Independent Tribunals for Ethical Qualification: In Aretecracy, an autonomous, ethically impeccable tribunal could be established to oversee candidates' qualifications. This tribunal would examine the candidate's academic and professional merits and ethical stance, speeches, and the compatibility of their proposals with human rights, especially concerning freedom, equality, and solidarity. This independent institution would ensure the evaluation process is fair, impartial, and rigorous.


2. Accredited University Evaluations: Another possible pathway for qualification involves prestigious universities, which could play a key role in certifying candidates. Known for their independence and academic rigor, these institutions could implement evaluation programs reviewing the candidates' ethical training, human rights knowledge, and background. This would be similar to obtaining professional accreditation, ensuring that future leaders possess the necessary competencies and values to govern responsibly.


3. Panels of Ethics and Human Rights Experts: Besides tribunals and universities, expert panels in ethics, international law, and human rights could assess candidates' suitability. These panels would focus on analyzing whether the candidate’s actions, proposals, and track record align with universal values such as peace, justice, and environmental sustainability—essential for ethical leadership committed to the common good.


4. International Body for Ethical Qualification Affiliated with the United Nations: An additional and ambitious model within Aretecracy could involve creating an international ethical qualification body, linked to the United Nations, responsible for evaluating candidates for high-level leadership positions in each of the 193 UN member states. This independent body would be composed of experts in human rights, ethics, international law, and sustainability, ensuring an impartial and globally standardized evaluation. Its aim would be to establish universally accepted qualification criteria, guaranteeing that the leaders of member countries are committed to the principles of the UN Charter, such as peace, human rights, and environmental protection. This international body could act as a guarantor of ethics and competence in governance, providing nations with an additional tool to ensure their leaders are not only competent but also morally fit and aligned with global community values.



Ethics and Human Rights at the Core of Aretecracy


In Aretecracy, a candidate's ethics are not an abstract or secondary concept; they are a fundamental pillar. Only leaders who show clear coherence between their personal ethics and human rights can aspire to governance. This includes alignment with principles of international law, environmental respect, and the promotion of peace. Aretecracy thus establishes a profound commitment to a leadership vision that respects and protects the rights of all citizens, fostering a just and sustainable coexistence.


This system prevents populist manipulation and the rise of charismatic leaders lacking ethical substance, as well as the undue influence of economic elites who, in other systems, often monopolize power. By maintaining the democratic structure of universal suffrage but adding this ethical and qualification filter, Aretecracy becomes an antidote to authoritarianism, populism, and plutocracy, offering responsible, just governance focused on the common good.


In sum, Aretecracy is not only an evolution of democracy; it is a step forward in building a political model where power is exercised with awareness, virtue, and ethical excellence, ensuring that those who govern do so with the highest commitment to the common good and universal values.

For more on the aretecratic proposal to revitalize contemporary democracy, refer to the following work: ARRIETA LÓPEZ, M. (2019). From Democracy to Aretecracy: Origin, Evolution, and Universalization. Utopía Y Praxis Latinoamericana, 24, 115-132. https://produccioncientificaluz.org/index.php/utopia/article/view/29689



Freemasons and Their Impact on U.S. Political History


Freemasons have left a profound mark on U.S. history, dating back to the American Revolution. Numerous Freemasons played significant roles in society, and some founding fathers who helped shape this democratic republic were prominent members of the Masonic order. Among the most remembered Masons is Benjamin Franklin—a man of science, diplomacy, and vision—whose influence was pivotal in the independence of the American colonies and in laying the foundation of its institutional frameworks. Franklin’s figure symbolizes the Masonic spirit of progress and fraternity, and even today, Freemasonry is interwoven with the founding of the United States, fueling legends of Masonic rites, values, and symbols embedded within the guiding principles of the nation.


Among U.S. presidents who were also Freemasons are notable figures such as George Washington, the first president and one of the most revered personalities in American history, as well as Franklin D. Roosevelt, who led the nation through the Great Depression and World War II. These leaders, remembered for their resilience and commitment to the country, reflect in their administrations a dedication to a shared civic ideal that many interpret as an extension of Masonic values. Until a few decades ago, American Freemasonry enjoyed significant influence in the nation’s social and political arenas, with membership reaching 4,103,161 by the mid-20th century. Freemasonry was an active and respected organization in power circles, with thriving lodges participating in the civic and cultural life of the United States.


However, today the reality is vastly different. Membership in American Freemasonry has drastically declined, and by 2023 it had reached only 869,429 members. While still a significant figure, it is a far cry from when Freemasonry was a widespread phenomenon in American society. Regular Freemasonry in the United States has avoided allowing direct politics to permeate its lodges, fostering a neutral space where fraternity does not depend on ideological alignments. However, it is inevitable that members' individual ideologies influence lodge dynamics since, ultimately, human beings are political entities. In this sense, both Republicans and Democrats are represented in lodges in proportions reflecting the broader American society.


With the recent election result, bringing Donald Trump back to the White House, it is fair to say that both Freemasons and the broader citizenry exercised their right to vote in a legitimate decision that must be respected. Let us hope that this decision does not bring undue hardship.


In truth, American Freemasonry once wielded considerable influence in U.S. public life; however, it is now largely disconnected from institutional power. Gerald Ford, who assumed the presidency in 1974, was the last Masonic president to occupy the White House, marking the end of an era when Masons were more connected to political decision-making spheres. Nonetheless, while its presence in the political realm has waned, American Freemasonry continues to maintain active charitable work. Masonic lodges still carry out social aid programs, education initiatives, and community services, contributing to the well-being of various communities across the nation. This charitable action, though valuable, is no longer enough to ensure Freemasonry’s relevance in a constantly changing world.


Leaders of American Freemasonry are fully aware of the crisis facing the institution and have implemented various strategies to curb the constant decline in membership, which loses between sixty thousand and seventy thousand Masons annually. This downward trend has continued steadily since the second half of the 20th century. Notable among the initiatives is the program known as the “One Day Journey,” designed to attract new members through an accelerated process in which, within a single day, a free and upright man can rise to the 32nd degree of the Ancient and Accepted Scottish Rite. However, this strategy has not achieved the expected results and has had little impact on membership growth, as it seems to focus more on quantity than on the quality of the Masonic process. The reduction in time and traditional rigor in formation has been perceived by many Masons as a loss of the order’s very essence, complicating the retention of new members and limiting Freemasonry’s appeal to younger generations.


To revitalize itself and achieve meaningful growth, American Freemasonry must thoroughly rethink itself and consider reforms that previously seemed unimaginable. One of the greatest challenges for Anglo-Saxon Freemasonry is to dismantle certain dogmas that no longer hold relevance in today’s era, such as the exclusion of women, who represent half of humanity, and the restriction of mixed-gender lodges. Embracing the inclusion of women, allowing the formation of lodges that integrate people of different genders, and emerging from its insularity could help Freemasonry better resonate with contemporary society's values and needs.


Less dogma and a broader focus on humanism could be steps toward this path of modernization. However, Freemasonry's future will largely depend on its capacity for self-criticism and adaptation. By employing its own tools of moral reflection, Freemasonry has the opportunity to “polish its Stone” to evolve and renew its mission and relevance in today’s world.



Conclusion


The election of Donald Trump for a second term marks a milestone in contemporary U.S. history, projecting a clear reflection of the electorate’s concerns and aspirations. Although the electoral system functioned legitimately, his victory highlights the ethical and moral challenges facing modern politics, where the ideals of aretecracy are more relevant than ever. In a world of growing polarization and fragmentation, where populism and plutocracy threaten to displace true civic virtue, aretecracy emerges as a necessary model to ensure governance that honors the common good and maintains an ethical shield against abuses of power.


The democratic model, despite all its virtues, has yet to safeguard itself against populist temptations and to ensure that elected leaders truly embody a model of virtue and morality. The election of figures like Milei or Maduro reminds us that democracy, while valuable and legitimate, also needs renewal and a strengthening of its ethical foundation. Ultimately, a return to an emphasis on civic virtue and the moral responsibility of rulers may represent the rebirth of a more just politics—a politics that inspires trust and restores hope for a better future for all nations.

Milton ARRIETA-LÓPEZ



 


L'élection présidentielle de 2024 aux États-Unis : L'Arétécratie et l'empreinte des Francs-maçons dans l'histoire politique.

par Milton ARRIETA-LÓPEZ


Introduction


En une année qui a mis à l'épreuve les fondements des démocraties à travers le monde, les États-Unis ont de nouveau brillé comme un exemple de participation citoyenne dans lequel, malgré la polarisation, le pouvoir du vote populaire s'est fait entendre. La démocratie américaine a une fois de plus démontré sa capacité à s'adapter et à perdurer, et une fois de plus, les institutions sont restées solides, conduisant un processus électoral qui, bien que prévisible dans sa structure, a été une démonstration vivante du respect de la volonté populaire. Le système électoral des États-Unis, avec son architecture de collèges électoraux, a déterminé que Donald Trump retourne à la présidence avec 295 votes électoraux, représentant 72 761 236 voix, soit 50,9 % du total, selon les données officielles disponibles au moment de la rédaction de cet article.


Cette victoire confirme la légitimité d'un processus électoral où la structure des grands électeurs, conçue pour équilibrer le poids des États dans l'élection, l'emporte sur le vote populaire, un système qui a fonctionné à chaque cycle présidentiel et qui, dans ce cas, permet à Trump d'accéder au poste de 47e président des États-Unis. Indépendamment des débats autour de ce système, sa stabilité reflète le respect des décisions citoyennes et la continuité du gouvernement entre les mains de ceux que les citoyens choisissent.



Donald Trump : Entre l'éthique et la controverse


Donald Trump, avec son retour au pouvoir, démontre une fois de plus sa capacité à se connecter avec des secteurs vastes et hétérogènes de la population américaine. Avec un discours qui a donné voix à des millions de personnes qui se sentent ignorées, le président élu a de nouveau fait pencher la balance en sa faveur, en faisant appel à un sens de l'identité et de la détermination qui résonne chez une partie considérable de l'électorat. Ce second mandat est inédit pour plusieurs raisons : c'est la première fois qu'un ancien président reprend ses fonctions après avoir perdu une élection ; c'est un mandat qui se déroule au milieu de multiples défis judiciaires ; et c'est, de plus, une victoire au vote populaire, un exploit qu'aucun républicain n'avait réalisé depuis George W. Bush en 2004.


Trump représente une figure controversée dans le contexte politique américain et mondial. Son retour à la Maison-Blanche est significatif, non seulement en raison de son âge avancé au moment de sa prise de fonctions, mais aussi en raison de ses multiples démêlés avec la justice. En 2024, malgré une condamnation par un tribunal de New York pour falsification de documents commerciaux lors de sa campagne de 2016, Trump a remporté les urnes, soulignant sa capacité à transcender les scandales qui l'entourent et à consolider un soutien populaire robuste. Sa victoire envoie un message clair : de nombreux citoyens, malgré les conflits légaux et éthiques qui l'entourent, voient en Trump un leader qui les représente.


Lors de son premier mandat, Trump est devenu le premier président à être inculpé pénalement, et les enquêtes à son encontre, tant sur l'intégrité électorale que dans le cadre de l'assaut sur le Capitole, restent en cours. Cependant, en tant que nouveau président, il aura la possibilité d'influencer le département de la Justice pour décider de la suite de ces enquêtes, un fait qui complexifie sa figure et soulève des questions sur les limites de la loi au sommet du pouvoir. Son retour au pouvoir marque également la victoire d'une narrative populiste qui a profondément pénétré les bases républicaines et qui, dans de nombreux cas, a revitalisé l'esprit d'identité américaine dans une ère d'incertitude.



Le profil d'un président et sa distance avec l'Arétécratie


À la lumière de ses actions et de sa personnalité, Trump est très éloigné du profil arétécrate. En termes de caractère et de valeurs civiques, le profil de Trump s'inscrit dans un leadership qui, loin de la modération et de l'approche éthique caractéristiques d'un dirigeant dans une arétécratie, repose sur un style populiste. Le populisme, compris comme un système qui amplifie les demandes et les angoisses d'une partie de la population, tend à privilégier la volonté immédiate des masses, en faisant appel à leurs émotions et à leurs besoins, souvent au détriment d'une vision à long terme qui construise un bien commun équilibré et durable. Ce style devient une arme à double tranchant, car il réussit à mobiliser l'électorat, mais sacrifie souvent les valeurs de délibération, de consensus et de prudence essentielles à une démocratie solide.


Dans les démocraties actuelles, l'accès au pouvoir politique est un droit qui, paradoxalement, devient aussi une vulnérabilité : n'importe qui peut conquérir le pouvoir, n'importe qui peut gouverner, même sans la préparation éthique et professionnelle adéquate. En revanche, dans la démocratie des anciennes cités-États grecques, l'exercice du pouvoir était limité à un groupe spécifique de citoyens : des hommes libres, excluant les femmes, les esclaves et les étrangers (météques). La citoyenneté pleine était un privilège réservé, et l'accès aux rôles de leadership revenait à ceux qui étaient rigoureusement formés pour délibérer, gouverner et agir dans l'intérêt du bien commun. Ce « n'importe qui » dont on parle dans la démocratie contemporaine n'était pas applicable dans le contexte grec, puisque les citoyens aptes au pouvoir étaient peu nombreux et sélectifs, préparés à remplir leurs devoirs civiques et soumis à une intense surveillance sociale.


Cependant, dans les démocraties modernes, répliquer la méthodologie de l'ancienne démocratie grecque est impossible en raison de la taille et de la complexité des États actuels : il ne s'agit plus d'une petite Polis d'environ 2 000 citoyens, mais de républiques avec des populations qui, dans certains cas, dépassent les 300 millions d'habitants, comme aux États-Unis. Dans ce contexte, la structure participative et la surveillance directe qui caractérisaient la démocratie grecque sont impraticables.


Aujourd'hui, en lieu et place de la participation citoyenne directe et de la surveillance civique par des pairs, des facteurs comme la popularité médiatique, le pouvoir économique et la démagogie sont devenus des tremplins vers le pouvoir. Cela facilite l'ascension d'individus qui maîtrisent le discours séduisant ou qui bénéficient du soutien financier et des élites influentes, qui parviennent souvent à imposer leurs intérêts au détriment de la délibération éthique et du bien commun. En ce sens, l'accès au pouvoir dans les démocraties modernes s'est considérablement éloigné des idéaux de vertu et d'excellence qui guidaient la participation politique dans les anciennes cités-États.


Cette distorsion, où la voix du plus influent s'impose sur la raison et l'éthique, est dangereuse car elle permet à des dirigeants sans engagement éthique ni préparation adéquate de définir le destin de nations entières et, parfois, du monde entier. L'Arétécratie, en revanche, est conçue précisément pour éviter ces risques : seuls ceux qui ont des vertus éprouvées et un sens profond du devoir civique peuvent assumer la responsabilité de diriger, garantissant ainsi un gouvernement où le pouvoir n'est pas pour « n'importe qui », mais pour celui qui le mérite vraiment.



L'Arétécratie : Un nouveau modèle de gouvernance démocratique éthique


L'Arétécratie propose un modèle dans lequel ceux qui aspirent à gouverner doivent d'abord se soumettre à un processus rigoureux d'évaluation et de qualification, assurant que seuls ceux qui possèdent les compétences éthiques et professionnelles adéquates puissent accéder au pouvoir. Ce système est conçu pour se prémunir tant contre l'ochlocratie, le gouvernement incontrôlé des masses, que contre la ploutocratie, la domination des intérêts économiques.


Basée sur le concept grec d'« arété » ou vertu, l'Arétécratie défend la nécessité de dirigeants dotés d'un profond sens du devoir éthique et d'une orientation claire vers le bien collectif. Dans ce système, le populisme n'a pas sa place, car les dirigeants ne recherchent pas simplement l'approbation momentanée des masses, mais s'engagent pour l'excellence et la justice dans la prise de décision, construisant ainsi un avenir stable et harmonieux pour la société.


Qualification : la Licence Éthique pour Gouverner


Dans l'Arétécratie, gouverner n'est pas un droit automatique pour tous. Comme dans de nombreuses professions où une licence est nécessaire pour exercer — que ce soit en médecine, en droit ou en ingénierie —, l'Arétécratie établit que le leadership politique doit être réservé à ceux qui ont démontré leur aptitude éthique et professionnelle. L'idée que n'importe qui, indépendamment de sa préparation ou de son intégrité, puisse aspirer aux plus hauts postes de l'État est, dans ce système, une vulnérabilité qu'il faut corriger. Pour accéder à un poste ayant un grand impact sur la vie des citoyens, les candidats doivent avoir suivi un processus de qualification qui certifie à la fois leurs mérites et leur engagement envers des principes universels.


Le Processus d'Évaluation : Un Blindage Éthique pour le Pouvoir


Le processus de qualification préalable peut prendre diverses formes, mais elles partagent toutes un dénominateur commun : l'engagement envers l'excellence éthique et le respect des droits de l'homme. Ce processus est réalisé par des institutions indépendantes et prestigieuses, capables d'analyser en profondeur tant les réalisations et les antécédents des candidats que leur intégrité morale et leur orientation vers le bien commun. Voici quatre exemples de comment cette qualification peut être mise en œuvre :


1. Tribunaux Indépendants de Qualification Éthique : Dans l'Arétécratie, il pourrait être créé un tribunal autonome et irréprochable sur le plan éthique pour superviser la qualification des candidats. Ce tribunal examinerait les mérites académiques et professionnels du candidat, mais aussi son éthique, ses discours et la compatibilité de ses propositions avec les droits de l'homme, notamment en matière de liberté, d'égalité et de solidarité. Cette institution indépendante garantirait que le processus d'évaluation soit juste, impartial et rigoureux.


2. Évaluation par des Universités Accréditées : Une autre voie possible pour la qualification serait que des universités prestigieuses jouent un rôle clé dans la certification des candidats. Ces institutions, reconnues pour leur indépendance et leur rigueur académique, pourraient mettre en place des programmes d'évaluation révisant la formation éthique, les connaissances en droits de l'homme et les antécédents des candidats aux postes publics. Cela serait semblable à l'obtention d'une accréditation professionnelle, assurant que les futurs dirigeants possèdent les compétences et les valeurs nécessaires pour gouverner de manière responsable.


3. Panels d'Experts en Éthique et Droits de l'Homme : En complément des tribunaux et des universités, des panels d'experts en éthique, en droit international et en droits de l'homme pourraient être chargés d'évaluer l'aptitude des candidats. Ces panels se concentreraient sur l'analyse des actions, des propositions et du parcours du candidat pour vérifier leur compatibilité avec des valeurs universelles comme la paix, la justice et la durabilité environnementale, essentielles pour un leadership éthique et engagé envers le bien-être commun.


4. Corps International de Qualification Éthique Rattaché aux Nations Unies : Un modèle ambitieux dans l'Arétécratie pourrait inclure la création d'un corps international de qualification éthique, lié aux Nations Unies, chargé d'évaluer les candidats aux postes de leadership dans chacun des 193 pays membres de l'ONU. Cet organisme indépendant, composé d'experts en droits de l'homme, en éthique, en droit international et en durabilité, garantirait une évaluation impartiale et normalisée à l'échelle mondiale. Son objectif serait d'établir des critères de qualification universellement acceptés, veillant à ce que les dirigeants des pays membres soient engagés envers les principes de la Charte des Nations Unies, tels que la paix, le respect des droits de l'homme et la protection de l'environnement. Ce corps international de qualification pourrait agir comme garant de l'éthique et de la compétence en gouvernance, offrant aux nations un outil supplémentaire pour s'assurer que leurs dirigeants ne soient pas seulement compétents, mais également moralement intègres et alignés sur les valeurs de la communauté mondiale.



L'Éthique et les Droits de l'Homme au Cœur de l'Arétécratie


Dans l'Arétécratie, l'éthique du candidat n'est pas un concept abstrait ou secondaire ; c'est un pilier fondamental. Seuls les leaders qui démontrent une cohérence claire entre leur éthique personnelle et les droits de l'homme peuvent aspirer à la gouvernance. Cela inclut un alignement avec les principes du droit international, le respect de l'environnement et la promotion de la paix. L'Arétécratie établit ainsi un engagement profond envers une vision du leadership qui respecte et protège les droits de tous les citoyens, favorisant une coexistence juste et durable.


Ce système évite la manipulation populiste et l'ascension de leaders charismatiques mais dépourvus de substance éthique, ainsi que l'influence excessive des élites économiques qui, dans d'autres systèmes, tendent à monopoliser le pouvoir. En maintenant la structure démocratique du suffrage universel, mais en ajoutant ce filtre éthique et de qualification, l'Arétécratie devient un antidote contre l'autoritarisme, le populisme et la ploutocratie, offrant une gouvernance responsable, juste et axée sur le bien-être commun.


En définitive, l'Arétécratie n'est pas seulement une évolution de la démocratie ; c'est un pas en avant dans la construction d'un modèle politique où le pouvoir s'exerce avec conscience, vertu et excellence éthique, garantissant que ceux qui gouvernent le fassent avec le plus haut engagement envers le bien commun et les valeurs universelles.


Pour en savoir plus sur la proposition arétécrate visant à revitaliser la démocratie contemporaine, vous pouvez consulter le travail suivant : ARRIETA LÓPEZ, M. (2019). « De la démocratie à l'Arétécratie : origine, évolution et universalisation ». Utopía Y Praxis Latinoamericana, 24, 115-132. https://produccioncientificaluz.org/index.php/utopia/article/view/29689



Les Francs-maçons et leur empreinte dans l'Histoire Politique des États-Unis


Les Francs-maçons ont laissé une empreinte profonde dans l'histoire des États-Unis. Depuis l'époque de la Révolution américaine, de nombreux Francs-maçons ont joué un rôle important dans la société, et certains des pères fondateurs qui ont donné naissance à cette république démocratique étaient des membres éminents de la franc-maçonnerie. L'un des Francs-maçons les plus mémorables est Benjamin Franklin, un homme de science, de diplomatie et de vision, dont l'influence fut essentielle dans l'indépendance des colonies américaines et dans la construction de leurs fondements institutionnels. La figure de Franklin symbolise cet esprit maçonnique de progrès et de fraternité, et encore aujourd'hui, la franc-maçonnerie se mêle à la fondation des États-Unis, nourrissant des légendes sur les rites, les valeurs et les symboles maçonniques présents dans les principes directeurs de la nation.


Parmi les présidents des États-Unis qui étaient également Francs-maçons, on retrouve des figures telles que George Washington, le premier président et l'une des personnalités les plus vénérées de l'histoire américaine, ou Franklin D. Roosevelt, qui a dirigé le pays pendant la Grande Dépression et la Seconde Guerre mondiale. Ces leaders, rappelés pour leur force et leur engagement envers le pays, reflètent dans leurs mandats la dévotion à un idéal civique partagé, que beaucoup interprètent comme une extension des valeurs maçonniques. Il y a quelques décennies encore, la franc-maçonnerie américaine jouissait d'une influence considérable dans la société et la politique du pays, et au milieu du XXe siècle, elle comptait 4.103.161 membres. La franc-maçonnerie était une organisation active et respectée dans les cercles de pouvoir, avec des loges prospères participant à la vie civique et culturelle des États-Unis.


Cependant, aujourd'hui, la réalité est bien différente. Le nombre de membres de la franc-maçonnerie aux États-Unis a considérablement diminué, atteignant seulement 869.429 membres en 2023. Bien que ce chiffre reste significatif, il représente une fraction par rapport à l'époque où la franc-maçonnerie était un phénomène de masse dans la société américaine. La franc-maçonnerie régulière aux États-Unis a évité que la politique directe ne s'infiltre dans ses loges, favorisant un espace neutre où la fraternité ne dépend pas des alignements idéologiques. Cependant, il est inévitable que les idéologies individuelles des membres finissent par se refléter dans les loges. Après tout, les êtres humains sont des êtres politiques, et dans ce sens, républicains et démocrates sont représentés dans les loges dans des proportions similaires à celles de la société américaine en général.


Avec le récent résultat électoral, qui ramène Donald Trump à la Maison-Blanche, on peut affirmer que les Francs-maçons, comme tous les citoyens, ont exercé leur droit de vote dans une décision légitime qui doit être respectée, en espérant également qu’elle ne devienne pas trop éprouvante. Il est certain que la franc-maçonnerie américaine, autrefois influente dans la vie publique des États-Unis, est aujourd'hui éloignée du pouvoir institutionnel. Gerald Ford, qui a assumé la présidence en 1974, fut le dernier président franc-maçon à occuper la Maison-Blanche, marquant la fin d'une époque où les Francs-maçons étaient plus connectés aux sphères de décision politique. Cependant, bien que sa présence dans la sphère politique ait diminué, la franc-maçonnerie américaine conserve une activité significative dans le domaine de la charité. Les loges maçonniques continuent de développer des programmes d'aide sociale, d'éducation et de services communautaires, contribuant au bien-être de diverses communautés à travers le pays. Cette action caritative, bien que précieuse, n'est plus suffisante pour garantir la pertinence de la franc-maçonnerie dans un monde en mutation constante.


Les autorités de la franc-maçonnerie américaine sont pleinement conscientes de la crise que traverse l'institution et ont mis en œuvre diverses stratégies pour freiner le déclin constant de ses membres, qui chaque année perd entre soixante mille et soixante-dix mille Francs-maçons. Depuis la seconde moitié du XXe siècle, cette tendance à la baisse s'est poursuivie. Parmi les initiatives marquantes figure le programme connu sous le nom de « One Day Journey », conçu pour attirer de nouveaux membres via un processus accéléré permettant, en une seule journée, à un homme libre et de bonnes mœurs d’atteindre le 32e degré du Rite Écossais Ancien et Accepté. Cependant, cette stratégie n'a pas produit les résultats escomptés et n'a pas eu d'impact significatif sur la croissance des effectifs, car elle semble davantage axée sur la quantité que sur la qualité du processus maçonnique. La réduction du temps et de la rigueur traditionnelle dans la formation a été perçue par de nombreux Francs-maçons comme une perte de l'essence même de l'Ordre, rendant difficile la rétention de nouveaux membres et limitant l'attractivité de la franc-maçonnerie pour les nouvelles générations.


Pour se revitaliser et atteindre une croissance significative, la franc-maçonnerie américaine doit se réexaminer en profondeur et envisager des réformes autrefois impensables. L'un des plus grands défis pour la franc-maçonnerie anglo-saxonne consiste à démanteler certains dogmes qui n'ont plus de sens à l'ère actuelle, tels que l'exclusion des femmes, qui représentent la moitié de l'humanité, et la restriction des loges mixtes. S'ouvrir à l'inclusion des femmes, permettre la création de loges intégrant des personnes de différents genres, et sortir de son introspection pourraient aider la franc-maçonnerie à mieux s'accorder avec les valeurs et les besoins de la société contemporaine.


Moins de dogme et une orientation plus large vers l'humanisme pourraient être des pas dans cette direction de modernisation. Néanmoins, l'avenir de la franc-maçonnerie dépendra en grande partie de sa capacité à faire preuve d'autocritique et d'adaptation. En utilisant ses propres outils de réflexion morale, la franc-maçonnerie a l'occasion de « polir sa Pierre » pour évoluer et renouveler sa mission et sa pertinence dans le monde actuel.



Conclusion


L'élection de Donald Trump pour un second mandat marque un tournant dans l'histoire contemporaine des États-Unis et projette un reflet clair des inquiétudes et des aspirations de l'électorat. Bien que le système électoral ait fonctionné de manière légitime, sa victoire souligne les défis éthiques et moraux auxquels la politique moderne est confrontée, où les idéaux de l'Arétécratie deviennent plus pertinents que jamais. Dans un monde de polarisation et de fragmentation croissantes, où le populisme et la ploutocratie tentent d'occuper l'espace de la véritable vertu civique, l'Arétécratie émerge comme un modèle nécessaire pour garantir une gouvernance qui honore le bien commun et qui maintienne une protection éthique contre les excès du pouvoir.


Le modèle démocratique, avec toutes ses vertus, n'a pas encore réussi à se prémunir contre les tentations populistes ni à garantir que les leaders élus représentent réellement un modèle de vertu et de morale. L'élection de personnages comme Milei ou Maduro nous rappelle que la démocratie, bien que précieuse et légitime, doit également se renouveler et renforcer sa base éthique. En fin de compte, le retour à un accent mis sur la vertu civique et la responsabilité morale des gouvernants peut représenter la renaissance d'une politique plus juste, une politique qui inspire confiance et qui redonne l'espoir d'un avenir meilleur pour toutes les nations.


Milton ARRIETA-LÓPEZ



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1 Comment


odile.grisaud
Nov 12
  • c’est tres bien d’avoir abordé l’élection de Trump. Cela montre que nous ne vivons pas à 100 pieds sous terre et que nous, FM, nous préoccupons de la planète…à notre échelle bien sûr. J’ai beaucoup aimé la solution proposée pour garantir l’élection d’un candidat moins fou, grossier et véreux que Trump. Toutefois les critères  énoncés et la procédure d’habilitation proposée auraient conduit, à mon avis, à ne pas accepter la candidature de Zelensky qui est devenu, par sa force, son courage, son sens de l’humanité, un grand héros du genre humain.

  • En outre, j’ai bien l’idée que l’élection de Trump est vraiment le résultat du wokisme américain : beaucoup d’interviews l’ont montré. Les outrances du wokisme dans les écoles où on…

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