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Roberto Certain-Ruiz

LA MASONERÍA COMO REFUGIO EN EL TIEMPO DE LA “SOCIEDAD DEL CANSANCIO”



LA MASONERÍA COMO REFUGIO EN EL TIEMPO DE LA “SOCIEDAD DEL CANSANCIO”

Freemasonry as a Haven in the Era of the "Society of Exhaustion"

La Franc-Maçonnerie comme Refuge dans l'Ère de la "Société de l'Épuisement"


LA MASONERÍA COMO REFUGIO

EN EL TIEMPO DE

LA “SOCIEDAD DEL CANSANCIO”

por Roberto CERTAIN RUIZ


“La autoexplotación resulta más eficaz que la explotación ajena, porque va acompañada del sentimiento de libertad”

Byung-Chul Han.

La sociedad del Cansancio



INTRODUCCIÓN


La “sociedad del cansancio” o “sociedad del rendimiento”, una idea formulada por el filósofo Byung-Chul Han, caracteriza nuestra época como una donde la productividad se ha vuelto un imperativo dominante. No solo en el ámbito laboral, sino en cada esfera de la vida, el individuo moderno vive una obsesión con la mejora continua, la eficiencia y la optimización personal. En este esquema, el éxito se convierte en un mandato, y el sujeto se convierte en su propio vigilante y explotador. Bajo esta lógica, la identidad misma se reduce a una sucesión de logros y metas por alcanzar, a un ritmo que el propio cuerpo y la mente no siempre logran sostener.


Este clima de autoexigencia y competencia perpetua genera una paradoja: la “libertad” prometida por la modernidad y uno de los tres ideales cardinales de la masonería, junto con la igualdad y la fraternidad, se convierte en una carga, en un deber constante de ser mejor, sin tregua ni descanso.

Este fenómeno se describe por Han como la “fatiga crónica” o “burnout”, una forma de cansancio más profundo que el meramente físico, un agotamiento del alma producido por el peso de la autoexplotación y la presión de demostrar valor. Ante este contexto de desgaste psicológico, surge una pregunta crítica: ¿existe un espacio que permita, de manera genuina, una pausa, una oportunidad para desconectar de esta tiranía del cansancio y de la productividad? En este sentido, la masonería, con su orientación hacia la introspección y el autoconocimiento, representa una posible alternativa, un refugio donde el “ser” tiene más valor, en tanto condición necesaria para él, que el “hacer”.


Así, en el presente ensayo, se explora cómo la masonería, en el marco de los ideales de “Libertad – Igualdad – Fraternidad”, mediante sus valores de fraternidad, introspección y autoconocimiento, actúa como un espacio de resistencia frente a la “sociedad del cansancio” que describe Byung-Chul Han, caracterizada por la autoexigencia y la competencia constante.



LA MASONERÍA COMO RESISTENCIA SILENCIOSA


Desde sus orígenes, la masonería ha promovido valores de libertad, igualdad, fraternidad, reflexión y crecimiento interior, ofreciendo a sus miembros un espacio en el cual el perfeccionamiento personal no tiene relación con logros materiales, sino con el cultivo de una identidad íntegra y equilibrada que pueda traducirse en vehículo de construcción de tejido social. Esta perspectiva contrasta profundamente con la “sociedad del cansancio” o “sociedad del rendimiento”, que valora la competencia y la eficiencia por encima de la conexión humana y la empatía. En una logia masónica, el éxito no se mide en términos de productividad, sino en el compromiso con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que se concretan como valores vivos de hermandad y solidaridad, de respeto y de perfeccionamiento personal.


Mientras la sociedad actual empuja al individuo hacia la individualidad extrema y la autoexplotación, la masonería ofrece un espacio de conexión sincera y apoyo mutuo, en el que cada persona puede compartir sus inquietudes sin temor a ser juzgada. Según la Carta de Valores del Gran Oriente de Francia, la masonería busca el desarrollo intelectual y moral de sus miembros a través de un aprendizaje colectivo, promoviendo el apoyo y la conexión humana como pilares fundamentales de la experiencia masónica.


Es justamente en la estructura ritualística de la masonería, diseñada para ofrecer un espacio de pausa en medio del frenesí de la vida moderna, donde sus miembros cultivan estos ideales y valores. En un mundo donde el tiempo parece siempre escaso y el rendimiento lo es todo, los rituales masónicos crean una atmósfera de calma y profundidad, que a través de símbolos y ceremonias, permite que las y los masones participan en un “ritmo desacelerado” pudiendo desconectar del mundo exterior y enfocarse en su interior. Este espacio de introspección no persigue un fin productivo inmediato, sino que fomenta un proceso de reflexión, autoconocimiento y serenidad que contrasta con la aceleración y la ansiedad de la vida contemporánea.


Cada movimiento, cada palabra en el ritual masónico, cada gesto, cada signo y cada acto, tienen un significado que invita a los miembros a reflexionar sobre su propia existencia, ofreciendo la posibilidad de un “descanso mental”, un espacio de desaceleración que ayuda a contrarrestar el desgaste emocional de la “sociedad del cansancio”. Este ambiente ritual permite a los masones centrarse en el presente y en el significado profundo de sus actos, lo cual resulta crucial para restaurar la paz mental en un mundo dominado por la hiperceleridad y la hiperproductividad.



FRATERNIDAD Y COMUNIDAD COMO ANTÍDOTOS FRENTE AL INDIVIDUALISMO Y CONDICIÓN PARA LA LIBERTAD


El individualismo, potenciado por la competitividad de la sociedad actual, tiende a debilitar las relaciones comunitarias y a dejar al individuo en una soledad estructural. Byul Chul Han observa que en la “sociedad del rendimiento”, las personas se ven como proyectos individuales, definidos por metas personales, lo que las desconecta emocionalmente de los demás. En contraste, la masonería se basa en la fraternidad, en la idea de hermandad, solidaridad y apoyo incondicional. Cada miembro se compromete a ayudar a los demás no en función de su éxito profesional “mundano”, sino por el valor intrínseco que tienen como personas. Esta fraternidad ofrece un refugio donde se puede hablar, compartir y recibir apoyo emocional en un ambiente de respeto y confidencialidad, lo cual representa un verdadero bálsamo frente al aislamiento emocional.


Además, la masonería enfatiza la interdependencia, toda vez que los masones crecen como individuos dentro de una común-unidad que los respalda. Este modelo de interdependencia reduce la soledad y promueve una visión de vida donde el bienestar de cada persona está intrínsecamente ligado al de los otros, al de sus hermanos y hermanas. De esta forma, la fraternidad masónica actúa como un vínculo de resistencia al aislamiento de la sociedad actual, proporcionando un entorno de apoyo y solidaridad, que permite el ejercicio de la libertad real.


La libertad en la “sociedad del rendimiento” es vista como una trampa, una forma de autoexplotación en la que el individuo cree que trabaja para sí mismo, cuando en realidad está atrapado en un ciclo de autoexigencia. En contraste, la masonería propone una libertad basada en la introspección y el autoconocimiento. En la Logia, los masones y masonas no tienen que demostrar su valía a través de logros visibles; se les invita, en cambio, a explorar su identidad y a descubrir su autenticidad, sin la presión de rendir constantemente. Este tipo de libertad permite al individuo ser fiel a sus valores y principios sin estar sometido a la tiranía de la autooptimización. De allí que el pulimento de la piedra bruta, como ideal masónico sea algo que se realiza en la soledad de nuestro propio interior pero soportados por una comunidad en la que sus integrantes vuelcan su mirada hacia su propio interior.


La masonería, entonces, no solo proporciona un espacio de introspección, sino que también fomenta una forma de libertad interior y de autodescubrimiento. Esta libertad genuina permite a los masones alejarse de la presión de producir y optimizarse constantemente, y centrados en el cultivo de una identidad auténtica y congruente con sus valores.


En este orden de ideas, y a diferencia de lo que ocurre en la sociedad moderna, en que la mayoría de los espacios comunitarios están impregnados por la lógica de la productividad, la Logia masónica funciona como una microcomunidad en la que el valor de cada individuo no depende de su rendimiento, sino de su compromiso con los principios de la orden.


Este espacio Logial permite a los obreros desconectar de las demandas externas y sumergirse en una experiencia de vida más auténtica y profunda. En la logia, la identidad se construye sobre valores éticos y morales, brindando una alternativa significativa frente al vacío de la “sociedad del rendimiento”.


La logia también representa una “comunidad de cuidado”, donde cada miembro se siente responsable por el bienestar de los demás, y en una era donde el éxito individual parece ser la única medida de valor, la masonería ofrece un espacio donde el apoyo y la empatía fortalecen los vínculos humanos, reforzando el sentido de pertenencia y proporciona un refugio frente a la indiferencia y el aislamiento de la sociedad actual.



A MANERA DE CONCLUSIÓN


La masonería se perfila como un espacio de resistencia frente a las dinámicas de la “sociedad del rendimiento”. En un mundo dominado por la autoexplotación y la competencia constante, la masonería ofrece un refugio para aquellos que buscan una forma de vida más equilibrada, centrada en el autoconocimiento y el respeto a sus propios valores.


A través de sus rituales, su estructura comunitaria y su visión de una libertad auténtica, la masonería permite que el individuo se reconecte con lo esencial, proporcionándole una alternativa a la cultura de rendimiento que impera hoy.


En una época marcada por el agotamiento emocional y la fatiga crónica, la masonería surge como un modelo que valora el ser sobre el hacer, ofreciendo un camino hacia una existencia plena y significativa. En este sentido, su estructura ritual, sus valores de fraternidad y su enfoque en el autoconocimiento se convierten a la masonería en un espacio de resistencia a las presiones de la vida moderna, un refugio de humanidad en un mundo donde el individuo parece cada vez más definido por su capacidad de rendimiento, invitando a sus miembros a reconectar con sus valores, a desacelerar y a encontrar en su interior la verdadera libertad.


De allí que, en este tiempo de hiperceleridad e hiperproducción la masonería afronta tres grandes retos:

Primero, el de resistir la presión de la hiperproductividad y la autoexplotación que define a la “sociedad del cansancio”, ya que, en un entorno donde el valor individual suele medirse en función de logros y eficiencia, la masonería debería posicionarse como un espacio de desaceleración y reflexión, propicia para el ocio reflexivo, promoviendo una alternativa que prioriza el “ser” sobre el “hacer”. Sin embargo, mantener esta esencia introspectiva requiere que la institución fortalezca sus prácticas y valores en un contexto social que exalta la autoexigencia constante y genera un agotamiento profundo en los individuos.


Un segundo reto crucial es la necesidad de mantener y reforzar los lazos de fraternidad como respuesta al individualismo y el aislamiento promovidos por la sociedad contemporánea. En la “sociedad del rendimiento”, el individuo suele vivir en una soledad estructural, donde prima el individualismo y las relaciones humanas se ven debilitadas por la competencia y la autoexplotación. La masonería, al ofrecer una comunidad de apoyo y empatía, representa un espacio donde sus miembros pueden conectarse de manera auténtica y solidaria, por lo que la fraternidad masónica no solo actúa como un antídoto contra el aislamiento, sino que fomenta una visión de interdependencia y cuidado mutuo, que resultan fundamentales para sostener una comunidad significativa en un mundo donde la interacción se ha vuelto cada vez más superficial y utilitaria.


Finalmente, la masonería debe defender una concepción auténtica de libertad que se contraponga a la libertad condicionada por la autoexplotación. Mientras que la “sociedad del rendimiento” promueve una libertad basada en la obligación de producir y optimizarse constantemente, la masonería apuesta por una libertad de autoconocimiento, donde cada individuo tiene el espacio para descubrir su identidad sin la presión de demostrar valor a través de logros externos. Este ideal masónico permite que el “ser” tenga preeminencia sobre el “hacer”, ofreciendo una alternativa donde el desarrollo personal y la autenticidad son objetivos primordiales, por lo que defender esta visión de libertad genuina constituye un desafío en una sociedad que ha transformado la autoexigencia en un mandato de vida, y es precisamente en la Logia masónica donde sus miembros pueden redescubrir su propia esencia sin sucumbir a la tiranía que imponen la productividad y el rendimiento.


Roberto CERTAIN RUIZ



 


Freemasonry as a Haven

in the Era of the "Society of Exhaustion"


by Roberto CERTAIN RUIZ


"Self-exploitation is more effective than exploitation by others, as it comes with a feeling of freedom."

Byung-Chul Han,

The Burnout Society


Introduction


The concept of the “society of exhaustion” or “performance society,” coined by philosopher Byung-Chul Han, characterizes our era as one in which productivity has become a dominant imperative. Not only in the workplace but in every sphere of life, the modern individual lives in a state of obsessive self-improvement, efficiency, and personal optimization. Within this framework, success becomes a commandment, and the individual turns into their own overseer and exploiter. According to this logic, one’s very identity is reduced to a sequence of accomplishments and goals pursued at a pace that the body and mind cannot always sustain.

This climate of self-demand and perpetual competition creates a paradox: the “freedom” promised by modernity—and one of Freemasonry’s three cardinal ideals, alongside equality and fraternity—becomes a burden, a constant duty to improve oneself without reprieve or rest.

This phenomenon, described by Han as “chronic fatigue” or “burnout,” represents a deeper fatigue than the merely physical, an exhaustion of the soul, brought on by the weight of self-exploitation and the relentless pressure to prove one’s worth. In this psychologically taxing context, an essential question arises: is there a space that genuinely allows for pause, a chance to disconnect from the tyranny of exhaustion and productivity? In this regard, Freemasonry—with its focus on introspection and self-knowledge—represents a potential alternative, a refuge where “being” has more value than “doing” as a necessary condition for fulfillment.

In this essay, I explore how Freemasonry, within the framework of the ideals of “Liberty – Equality – Fraternity,” through its values of fraternity, introspection, and self-knowledge, serves as a place of quiet resistance against the “society of exhaustion” described by Byung-Chul Han, a society characterized by self-demand and constant competition.

Freemasonry as a Quiet Form of Resistance

Since its origins, Freemasonry has promoted values of liberty, equality, fraternity, reflection, and inner growth, offering its members a space where personal improvement is not tied to material accomplishments but rather to cultivating an integrated, balanced identity that can serve as a vehicle for building social bonds. This perspective stands in sharp contrast to the “society of exhaustion” or “performance society,” which values competition and efficiency above human connection and empathy. In a Masonic Lodge, success is not measured by productivity but by one’s commitment to the ideals of liberty, equality, and fraternity, which take shape as living values of brotherhood, solidarity, respect, and personal refinement.

While today’s society pushes individuals toward extreme individualism and self-exploitation, Freemasonry offers a space for sincere connection and mutual support, where each person can share their concerns without fear of judgment. According to the Charter of Values of the Grand Orient of France, Freemasonry seeks the intellectual and moral development of its members through collective learning, promoting human support and connection as fundamental pillars of the Masonic experience.

It is precisely within the ritualistic structure of Freemasonry—designed to offer a moment of pause amidst the frenzy of modern life—that its members cultivate these ideals and values. In a world where time always seems scarce and productivity is paramount, Masonic rituals create an atmosphere of calm and depth. Through symbols and ceremonies, Freemasons participate in a “slower rhythm,” disconnecting from the external world to focus inward. This space for introspection does not pursue an immediate productive outcome; rather, it encourages a process of reflection, self-knowledge, and serenity, standing in contrast to the acceleration and anxiety of contemporary life.

Every movement, every word in the Masonic ritual, every gesture, every sign, and every action has a meaning that invites members to reflect on their own existence, offering the possibility of a “mental rest,” a space of deceleration that helps counteract the emotional strain of the “society of exhaustion.” This ritual environment allows Freemasons to focus on the present and the profound meaning of their actions, which is essential for restoring mental peace in a world dominated by hyper-acceleration and hyper-productivity.

Fraternity and Community as Antidotes to Individualism and Conditions for Freedom

Individualism, fueled by the competitiveness of today’s society, tends to weaken communal bonds, leaving the individual in a state of structural loneliness. Byung-Chul Han observes that in the “performance society,” people see themselves as individual projects, defined by personal goals, which emotionally disconnects them from others. In contrast, Freemasonry is based on fraternity, on the idea of brotherhood, solidarity, and unconditional support. Each member is committed to helping others, not based on their “worldly” professional success but on their intrinsic value as individuals. This fraternity provides a refuge where one can speak, share, and receive emotional support in an environment of respect and confidentiality—a true balm against emotional isolation.

Moreover, Freemasonry emphasizes interdependence, as Masons grow as individuals within a community that supports them. This model of interdependence reduces loneliness and promotes a vision of life in which each person’s well-being is intrinsically tied to that of others—to that of their brothers and sisters. In this way, Masonic fraternity acts as a bond of resistance against the isolation of contemporary society, providing a supportive and solidary environment that allows for the exercise of true freedom.

Freedom in the “performance society” is seen as a trap, a form of self-exploitation in which the individual believes they are working for themselves when, in reality, they are caught in a cycle of self-demand. In contrast, Freemasonry proposes a freedom based on introspection and self-knowledge. In the Lodge, Masons do not have to prove their worth through visible achievements; rather, they are invited to explore their identity and discover their authenticity without the pressure to constantly perform. This type of freedom allows the individual to remain true to their values and principles without succumbing to the tyranny of self-optimization. The rough stone, as an emblem of Masonic ideals, is polished not in the external world but within the solitude of one’s inner self, supported by a community where each member turns their gaze inward.

Thus, Freemasonry not only provides a space for introspection but also fosters a form of inner freedom and self-discovery. This genuine freedom allows Masons to step away from the pressure of constant production and optimization, focusing instead on cultivating an authentic identity that aligns with their values.

Unlike most communal spaces in modern society, which are infused with the logic of productivity, the Masonic Lodge functions as a micro-community where each individual’s worth does not depend on their productivity but on their commitment to the Order’s principles.

This Lodge space allows the “workers” to disconnect from external demands and immerse themselves in a more authentic and profound life experience. In the Lodge, identity is built upon ethical and moral values, providing a meaningful alternative to the emptiness of the “performance society.”

The Lodge also represents a “community of care,” where each member feels responsible for the well-being of others. In an era where individual success seems to be the only measure of value, Freemasonry offers a space where support and empathy strengthen human bonds, fostering a sense of belonging and providing refuge from the indifference and isolation of today’s society.

Conclusion

Freemasonry emerges as a space of resistance against the dynamics of the “performance society.” In a world dominated by self-exploitation and constant competition, Freemasonry offers a haven for those seeking a more balanced way of life, centered on self-knowledge and respect for one’s own values.

Through its rituals, its community structure, and its vision of authentic freedom, Freemasonry allows individuals to reconnect with the essential, providing an alternative to the performance culture that prevails today.

In an era marked by emotional exhaustion and chronic fatigue, Freemasonry stands out as a model that values being over doing, offering a path toward a full and meaningful existence. In this sense, its ritual structure, its values of fraternity, and its focus on self-knowledge make Freemasonry a space of resistance against the pressures of modern life—a haven of humanity in a world where individuals are increasingly defined by their ability to perform, inviting its members to reconnect with their values, to slow down, and to find true freedom within.

In this time of hyper-acceleration and hyper-production, Freemasonry faces three major challenges:

To resist the pressure of hyper-productivity and self-exploitation that define the “society of exhaustion.” In an environment where individual worth is often measured in terms of achievement and efficiency, Freemasonry should position itself as a space of deceleration and reflection, conducive to contemplative leisure, promoting an alternative that prioritizes being over doing. However, maintaining this introspective essence requires that the institution strengthen its practices and values within a social context that exalts constant self-demand and generates profound individual exhaustion.

A second crucial challenge is the need to maintain and reinforce fraternal bonds as a response to the individualism and isolation promoted by contemporary society. In the “performance society,” the individual often lives in structural loneliness, where individualism prevails, and human relationships are weakened by competition and self-exploitation. Freemasonry, by offering a community of support and empathy, represents a space where members can connect authentically and in solidarity, making Masonic fraternity not only an antidote to isolation but also a promoter of interdependence and mutual care—elements essential to sustaining a meaningful community in a world where interaction has become increasingly superficial and utilitarian.

Finally, Freemasonry must uphold an authentic conception of freedom that contrasts with the freedom conditioned by self-exploitation. While the “performance society” promotes a freedom based on the obligation to constantly produce and optimize oneself, Freemasonry advocates for a freedom of self-knowledge, where each individual has the space to discover their identity without the pressure to prove their worth through external achievements. This Masonic ideal allows being to take precedence over doing, offering an alternative where personal development and authenticity are paramount. Defending this vision of genuine freedom is a challenge in a society that has turned self-demand into a life mandate, and it is precisely within the Masonic Lodge that its members can rediscover their essence without succumbing to the tyranny imposed by productivity and performance.


Roberto CERTAIN RUIZ



 

La Franc-Maçonnerie comme Refuge

dans l'Ère de la "Société de l'Épuisement"


par Roberto CERTAIN RUIZ


"L’auto-exploitation est plus efficace que l’exploitation par autrui, car elle est accompagnée du sentiment de liberté."

Byung-Chul Han,

La Société de l'Épuisement

Introduction


La “société de l’épuisement” ou “société de la performance”, une idée formulée par le philosophe Byung-Chul Han, décrit notre époque comme une ère où la productivité est devenue un impératif dominant. Non seulement dans le monde du travail, mais dans chaque sphère de la vie, l’individu moderne vit dans une obsession de l’amélioration continue, de l’efficacité et de l’optimisation personnelle. Dans ce cadre, le succès se transforme en une obligation, et le sujet devient son propre surveillant et exploiteur. Selon cette logique, l’identité même se réduit à une succession de réalisations et de buts à atteindre, à un rythme que le corps et l’esprit ne parviennent pas toujours à maintenir.


Ce climat d’auto-exigence et de compétition perpétuelle engendre un paradoxe : la “liberté” promise par la modernité, et l’un des trois idéaux cardinaux de la franc-maçonnerie, aux côtés de l’égalité et de la fraternité, devient un fardeau, une exigence constante d’être meilleur, sans répit ni pause.


Ce phénomène, que Han décrit comme une “fatigue chronique” ou “burnout”, représente une forme d’épuisement plus profonde que le simple épuisement physique : un épuisement de l’âme, provoqué par le poids de l’auto-exploitation et la pression de prouver sa valeur. Dans ce contexte d’usure psychologique, une question cruciale surgit : existe-t-il un espace permettant, de manière authentique, une pause, une opportunité de se déconnecter de cette tyrannie de l’épuisement et de la productivité ? Dans ce sens, la franc-maçonnerie, avec son orientation vers l’introspection et la connaissance de soi, représente une alternative possible, un refuge où l’“être” a plus de valeur que le “faire” en tant que condition nécessaire à l’accomplissement personnel.


Dans cet essai, il s’agit d’explorer comment la franc-maçonnerie, dans le cadre des idéaux de “Liberté – Égalité – Fraternité”, par le biais de ses valeurs de fraternité, d’introspection et de connaissance de soi, agit comme un espace de résistance face à la “société de l’épuisement” que décrit Byung-Chul Han, une société caractérisée par l’auto-exigence et la compétition constante.



La Franc-Maçonnerie comme Résistance Silencieuse


Depuis ses origines, la franc-maçonnerie promeut les valeurs de liberté, d’égalité, de fraternité, de réflexion et de développement intérieur, offrant à ses membres un espace où le perfectionnement personnel ne repose pas sur des réalisations matérielles mais sur le développement d’une identité intègre et équilibrée, qui puisse être un véhicule de construction sociale. Cette perspective contraste profondément avec la “société de l’épuisement” ou “société de la performance”, qui valorise la compétition et l’efficacité au détriment de la connexion humaine et de l’empathie. Dans une loge maçonnique, le succès ne se mesure pas en termes de productivité, mais par l’engagement envers les idéaux de liberté, d’égalité et de fraternité, qui s’incarnent en valeurs vivantes de fraternité, de respect et de perfectionnement personnel.


Tandis que la société actuelle pousse l’individu vers l’individualité extrême et l’auto-exploitation, la franc-maçonnerie offre un espace de connexion sincère et de soutien mutuel, où chacun peut partager ses préoccupations sans craindre d’être jugé. Selon la Charte des Valeurs du Grand Orient de France, la franc-maçonnerie recherche le développement intellectuel et moral de ses membres par un apprentissage collectif, promouvant le soutien et la connexion humaine comme des piliers fondamentaux de l’expérience maçonnique.


C’est justement dans la structure rituelle de la franc-maçonnerie, conçue pour offrir un espace de pause au milieu de la frénésie de la vie moderne, que ses membres cultivent ces idéaux et valeurs. Dans un monde où le temps semble toujours manquer et où le rendement est prioritaire, les rituels maçonniques créent une atmosphère de calme et de profondeur. À travers symboles et cérémonies, les francs-maçons participent à un “rythme ralenti”, se déconnectant du monde extérieur pour se concentrer sur leur monde intérieur. Cet espace d’introspection ne poursuit pas un but productif immédiat ; il favorise plutôt un processus de réflexion, de connaissance de soi et de sérénité qui contraste avec l’accélération et l’anxiété de la vie contemporaine.


Chaque mouvement, chaque mot dans le rituel maçonnique, chaque geste, chaque signe et chaque acte a un sens qui invite les membres à réfléchir sur leur propre existence, offrant la possibilité d’un “repos mental”, un espace de ralentissement qui aide à contrer l’usure émotionnelle de la “société de l’épuisement”. Cet environnement rituel permet aux francs-maçons de se concentrer sur le présent et sur le sens profond de leurs actions, ce qui est crucial pour restaurer la paix mentale dans un monde dominé par l’hyper-accélération et l’hyper-productivité.



Fraternité et Communauté comme Antidotes à l'Individualisme et Condition de la Liberté


L’individualisme, renforcé par la compétitivité de la société actuelle, tend à affaiblir les relations communautaires et laisse l’individu dans une solitude structurelle. Byung-Chul Han observe que dans la “société de la performance”, les personnes se voient comme des projets individuels, définis par des objectifs personnels, ce qui les déconnecte émotionnellement des autres. En contraste, la franc-maçonnerie repose sur la fraternité, sur l’idée de fraternité, de solidarité et de soutien inconditionnel. Chaque membre s’engage à aider les autres, non en fonction de leur succès professionnel “profane”, mais pour leur valeur intrinsèque en tant qu’individus. Cette fraternité offre un refuge où l’on peut parler, partager et recevoir un soutien émotionnel dans un environnement de respect et de confidentialité, ce qui constitue un véritable baume contre l’isolement émotionnel.


En outre, la franc-maçonnerie met l’accent sur l’interdépendance, puisque les francs-maçons se développent en tant qu’individus au sein d’une communauté qui les soutient. Ce modèle d’interdépendance réduit la solitude et promeut une vision de la vie dans laquelle le bien-être de chaque personne est intrinsèquement lié à celui des autres, à celui de leurs frères et sœurs. Ainsi, la fraternité maçonnique agit comme un lien de résistance à l’isolement de la société actuelle, en offrant un environnement de soutien et de solidarité, permettant l’exercice de la véritable liberté.


La liberté dans la “société de la performance” est perçue comme un piège, une forme d’auto-exploitation dans laquelle l’individu croit travailler pour lui-même, alors qu’en réalité, il est pris dans un cycle d’auto-exigence. En revanche, la franc-maçonnerie propose une liberté fondée sur l’introspection et la connaissance de soi. Dans la Loge, les francs-maçons n’ont pas à prouver leur valeur par des réalisations visibles ; ils sont plutôt invités à explorer leur identité et à découvrir leur authenticité, sans la pression de devoir constamment se montrer performants. Ce type de liberté permet à l’individu de rester fidèle à ses valeurs et principes, sans être soumis à la tyrannie de l’auto-optimisation. Le polissage de la pierre brute, en tant qu’idéal maçonnique, est ainsi quelque chose qui se réalise dans la solitude de son for intérieur, tout en étant soutenu par une communauté où les membres dirigent leur regard vers leur propre intériorité.


La franc-maçonnerie ne fournit donc pas seulement un espace d’introspection, mais encourage également une forme de liberté intérieure et d’auto-découverte. Cette liberté authentique permet aux francs-maçons de s’éloigner de la pression de produire et de s’optimiser constamment, pour se concentrer sur le développement d’une identité authentique et en harmonie avec leurs valeurs.


Contrairement à ce qui se passe dans la société moderne, où la majorité des espaces communautaires sont imprégnés par la logique de la productivité, la Loge maçonnique fonctionne comme une micro-communauté où la valeur de chaque individu ne dépend pas de sa performance mais de son engagement envers les principes de l’Ordre.


Cet espace Logial permet aux ouvriers de se déconnecter des exigences extérieures et de s’immerger dans une expérience de vie plus authentique et profonde. Dans la loge, l’identité se construit sur des valeurs éthiques et morales, offrant une alternative significative face au vide de la “société de la performance”.


La loge représente également une “communauté de soin”, où chaque membre se sent responsable du bien-être des autres, et dans une époque où le succès individuel semble être la seule mesure de valeur, la franc-maçonnerie offre un espace où le soutien et l’empathie renforcent les liens humains, affermissant le sentiment d’appartenance et offrant un refuge face à l’indifférence et l’isolement de la société actuelle.



En guise de Conclusion


La franc-maçonnerie se présente comme un espace de résistance face aux dynamiques de la “société de la performance”. Dans un monde dominé par l’auto-exploitation et la compétition constante, la franc-maçonnerie offre un refuge à ceux qui recherchent un mode de vie plus équilibré, centré sur la connaissance de soi et le respect de ses propres valeurs.


À travers ses rituels, sa structure communautaire et sa vision d’une liberté authentique, la franc-maçonnerie permet à l’individu de se reconnecter à l’essentiel, lui offrant une alternative à la culture de la performance qui prévaut aujourd’hui.


À une époque marquée par l’épuisement émotionnel et la fatigue chronique, la franc-maçonnerie émerge comme un modèle valorisant l’être sur le faire, offrant un chemin vers une existence pleine et significative. En ce sens, sa structure rituelle, ses valeurs de fraternité et son accent sur la connaissance de soi font de la franc-maçonnerie un espace de résistance face aux pressions de la vie moderne, un refuge d’humanité dans un monde où l’individu semble de plus en plus défini par sa capacité de rendement, invitant ses membres à se reconnecter à leurs valeurs, à ralentir et à trouver en eux-mêmes la véritable liberté.


Ainsi, dans ce temps d’hyper-accélération et d’hyperproduction, la franc-maçonnerie doit faire face à trois grands défis :

Tout d’abord, celui de résister à la pression de l’hyperproductivité et de l’auto-exploitation qui définissent la “société de l’épuisement”. Dans un environnement où la valeur individuelle est souvent mesurée en fonction des réalisations et de l’efficacité, la franc-maçonnerie devrait se positionner comme un espace de ralentissement et de réflexion, propice au loisir méditatif, en promouvant une alternative qui privilégie l’“être” sur le “faire”. Cependant, maintenir cette essence introspective nécessite que l’institution renforce ses pratiques et ses valeurs dans un contexte social qui exalte l’auto-exigence constante et engendre un épuisement profond chez les individus.


Un second défi crucial est la nécessité de maintenir et de renforcer les liens de fraternité en réponse à l’individualisme et à l’isolement encouragés par la société contemporaine. Dans la “société de la performance”, l’individu vit souvent dans une solitude structurelle, où l’individualisme prédomine et les relations humaines s’affaiblissent sous l’effet de la compétition et de l’auto-exploitation. La franc-maçonnerie, en offrant une communauté de soutien et d’empathie, représente un espace où ses membres peuvent se connecter de manière authentique et solidaire. Ainsi, la fraternité maçonnique agit non seulement comme un antidote à l’isolement mais favorise une vision d’interdépendance et de soin mutuel, qui sont fondamentaux pour soutenir une communauté significative dans un monde où l’interaction est de plus en plus superficielle et utilitaire.


Enfin, la franc-maçonnerie doit défendre une conception authentique de la liberté qui s’oppose à la liberté conditionnée par l’auto-exploitation. Tandis que la “société de la performance” promeut une liberté fondée sur l’obligation de produire et de s’optimiser en permanence, la franc-maçonnerie défend une liberté de connaissance de soi, où chaque individu dispose de l’espace pour découvrir son identité sans la pression de devoir prouver sa valeur à travers des réalisations extérieures. Cet idéal maçonnique permet à l’“être” de prévaloir sur le “faire”, offrant une alternative où le développement personnel et l’authenticité sont les objectifs primordiaux. Défendre cette vision de liberté authentique constitue un défi dans une société qui a transformé l’auto-exigence en un mandat de vie, et c’est précisément au sein de la Loge maçonnique que ses membres peuvent redécouvrir leur propre essence sans succomber à la tyrannie imposée par la productivité et la performance.


Roberto CERTAIN RUIZ


 

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odile.grisaud
12 de nov.
  • Bravo pour la pensée de Byung-Chul Han, sur la société de l’épuisement. Entièrement d’accord avec ce philosophe et je nuancerais quand même l’optimisme du rédacteur qui écrit « En contraste, la franc-maçonnerie repose sur la fraternité, sur l’idée de fraternité, de solidarité et de soutien inconditionnel. » La FM souffre d’un petit vice à mon avis que nous avons tous (et même de 2) : il s’agit de prononcer des phrases génériques et largement surdimensionnées au regard des objectifs glorifiés et surtout des succès (supposés) de la FM. (hélas !!!) L’autre défaut consiste en l’idolâtrie des symboles (symbolâtrie) mais il n’en est pas question ici. Mais c’était parfait de présenter ce philosophe qui demande à être davantage connu, j’ai apprécié

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