La Rebelión de los Oligarcas
por Milton Arrieta-López
La Revolución Francesa, aquel relámpago que rasgó las tinieblas del absolutismo, fue más que una revuelta burguesa: fue la erupción del pueblo contra el despotismo. La historia ha querido encasillarla como una insurrección de comerciantes e intelectuales contra la nobleza feudal, pero su verdad es más profunda, más volcánica. Fue también la cólera del hambriento, del obrero, del campesino esquilmado por los impuestos feudales, de la mujer que veía a sus hijos morir en la miseria mientras la monarquía dilapidaba fortunas en palacios y banquetes.

Y en esa vorágine de cambios, la masonería jugó su papel de vanguardia intelectual. Logias como Las Ciencias fundada por Claude Adrien Helvétius, o Logias como Las Nueve Hermanas, fundada por Joseph Jérôme Lefrançois de Lalande bajo el amparo del Gran Oriente de Francia, se erigieron en faros de las ideas ilustradas. En sus reuniones Benjamin Franklin al lado de Mirabeau, Desmoulins, Voltaire, ect, sellaron su alianza con los arquitectos de la nueva era, la enciclopedia para el pueblo, la luz para el pueblo. ¿No fue acaso la fraternidad la que encendió las luces del siglo? La libertad, la igualdad y la fraternidad no fueron abstracciones: fueron principios sellados con la sangre de aquellos que llevaron la revolución a la calle, a la plaza y al cadalso.
Pero el tiempo, en su ironía, ha invertido los papeles. Si en el siglo XVIII la burguesía combatía el absolutismo monárquico al lado del pueblo, hoy, la deformación de la burguesía, los oligarcas han decidido rebelarse… contra el pueblo.
No llevan tricornios ni empuñan mosquetes, pero su revolución es implacable. Ya no se enfrentan a los reyes, pues han comprendido que el verdadero poder no es la corona, sino el dominio sobre las economías, las instituciones y la opinión pública. No les interesan las logias, ¿para qué? ¿para soñar con repúblicas ilustradas?, conspiran abiertamente en foros económicos, cumbres empresariales y despachos opacos de multinacionales.
El 1% más rico del planeta controla cerca del 46% de la riqueza mundial, según el último informe de Oxfam (2023). Mientras, la mitad de la humanidad sobrevive con apenas el 1.5% de los recursos globales. Esta concentración de poder es tal que, entre 2020 y 2023, el 1% más adinerado absorbió el 63% de la nueva riqueza generada. Los multimillonarios han visto sus fortunas multiplicarse en plena crisis global y durante la pandemia.
Pero no se contentan con ser obscenamente ricos. Quieren más. Lo quieren todo.
Contra la Fraternidad de los Pueblos
Lo más preocupante de esta nueva insurrección oligárquica es que su enemigo ya no es un rey, sino la propia fraternidad entre los pueblos. Cuanto más fragmentadas estén las sociedades, más indefensos están los ciudadanos frente al avance de los monopolios y las corporaciones transnacionales.

Europa es el mejor ejemplo. La Unión Europea, un proyecto que nació de las ruinas de dos guerras mundiales, fue concebida para garantizar la paz mediante la integración y la cooperación. No es un imperio que impone su dominio por la fuerza, sino la materialización de una idea revolucionaria: la unión como garantía de estabilidad y prosperidad. Pero hoy la han debilitado desde dentro y desde fuera. Nacionalismos exacerbados, discursos de odio amplificados por algoritmos, ataques sistemáticos a las instituciones democráticas... Todo parece que responde a una estrategia perversa: dividir a los pueblos para reinar.
Divide et impera una locución en latín que significa "divide y vencerás". Se refiere a la antigua estrategia política y militar utilizada para mantener el control sobre un territorio o grupo de personas al fragmentar sus fuerzas, sembrar discordia interna y evitar que se unan contra un enemigo común.
El mundo de hoy recuerda demasiado a la modernidad líquida que describió Zygmunt Bauman: todo se disuelve, nada es permanente, los valores y las instituciones se derriten como cera ante el fuego del caos mediático. Las constituciones que alguna vez fueron los escudos de la civilización se vuelven insuficientes frente al poder de los datos, los algoritmos y la desinformación. Las mentiras se viralizan como verdades y las verdades se difuminan en la niebla digital de las fake news.
¿Qué pasará con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano? ¿Qué ocurrirá con la Declaración Universal de los Derechos Humanos? Que sucederá cuando los Estados se debiliten al punto de convertirse en meras marionetas del capital global? Si los derechos solo existen cuando hay un poder capaz de garantizarlos, entonces, ¿qué nos quedará cuando ese poder haya sido usurpado por un puñado de plutócratas enarbolando la bandera del capital total?
Las constituciones han sido, durante siglos, el pilar sobre el que se han construido las democracias modernas, estableciendo los límites del poder y garantizando los derechos fundamentales. Sin embargo, en la actualidad, su capacidad de proteger esos derechos se ha visto erosionada no por falta de legitimidad, sino porque el verdadero poder ya no reside en los Estados, sino en estructuras privadas transnacionales que operan más allá de cualquier marco constitucional.
No importa cuántos artículos consagren la libertad de expresión si los algoritmos de las grandes plataformas deciden qué voces amplificar y cuáles silenciar. No importa que una constitución garantice la privacidad de los ciudadanos si la recopilación masiva de datos convierte a cada individuo en un producto, vigilado y perfilado sin su consentimiento.
Las leyes escritas pueden seguir siendo solemnemente invocadas, pero si no hay mecanismos efectivos para aplicarlas en el nuevo ecosistema del poder, su relevancia es puramente simbólica.
En última instancia, todo se trata del control. El poder ya no se ejerce por medio de leyes ni por el monopolio de la violencia legítima del Estado, sino a través de la gestión de la información, la manipulación de la economía y el dominio de las narrativas.
Las constituciones francesas, americanas, colombianas, mexicanas, uruguayas o italianas pueden seguir proclamando derechos y libertades, pero si el control sobre la realidad material y digital está en manos de plutócratas, corporaciones y sistemas automatizados sin rendición de cuentas, los Estados quedarán reducidos a meros espectadores de su propia impotencia.
En este nuevo orden, la pregunta no es qué derechos garantiza un texto constitucional, sino quién tiene la capacidad real de hacerlos valer o de anularlos a conveniencia.
El Peligro de un Nuevo Medioevo o Algo Peor…
Las señales son claras. Un mundo fragmentado, sin cohesión social, sin fraternidad entre los pueblos, es un mundo condenado a la barbarie. Si la civilización solo puede sostenerse sobre el orden y la cooperación, entonces su desintegración solo puede llevarnos al caos.
Y si todo lo creado está destinado a ser usado, ¿qué pasará con los arsenales nucleares? La geopolítica actual parece una ruleta rusa con cabezas nucleares, donde las tensiones se multiplican mientras las reglas de la diplomacia son pisoteadas por intereses económicos y ambiciones personales. Si seguimos este rumbo, la extinción no es una posibilidad remota, sino un escenario plausible.
Volvemos al pasado, pero sin el idealismo de la Ilustración ni la audacia de la revolución. No hay Voltaire, no hay Danton, no hay Washington, no hay Franklin, no hay Revere, no hay Hancock, no hay Bolívar, no hay Santander, no hay San Martí, no hay Garibaldi, no hay girondinos ni jacobinos peleando por el pueblo. Solo hay élites económicas jugando al ajedrez con naciones enteras, mientras los ciudadanos se ven reducidos a meras víctimas.
La rebelión de los oligarcas no es solo un ataque a la democracia: es un asalto a la propia idea de humanidad. Si permitimos que la fragmentación de los pueblos avance, si la desigualdad se sigue profundizando y si el poder sigue concentrándose en manos de unos pocos, estaremos cavando nuestra propia tumba como civilización.
Pero la historia no está escrita en piedra. La Revolución Francesa demostró que los pueblos, cuando despiertan, pueden sacudir los cimientos del mundo. Quizás aún no sea demasiado tarde para recordar que la libertad, la igualdad y la fraternidad no son reliquias del pasado, sino llamas que deben mantenerse encendidas.
Milton Arrieta-López
The Rebellion of the Oligarchs
By Milton Arrieta-López
The French Revolution, that lightning bolt that tore through the darkness of absolutism, was more than just a bourgeois revolt—it was the eruption of the people against despotism. History has often tried to frame it as an insurrection of merchants and intellectuals against the feudal nobility, but its truth is far deeper, more volcanic. It was also the rage of the hungry, the worker, the peasant burdened by feudal taxes, the woman who watched her children die in misery while the monarchy squandered fortunes on palaces and banquets.
And in this whirlwind of change, Freemasonry played a key role as an intellectual vanguard. Lodges like Les Sciences, founded by Claude Adrien Helvétius, or Les Neuf Sœurs, founded by Joseph Jérôme Lefrançois de Lalande under the auspices of the Grand Orient de France, became beacons of Enlightenment ideas. In their meetings, Benjamin Franklin, Mirabeau, Desmoulins, and Voltaire sealed their alliance with the architects of a new era—the encyclopedia for the people, light for the people. Was it not fraternity that ignited the lights of the century? Liberty, equality, and fraternity were not abstractions—they were principles sealed with the blood of those who took the revolution to the streets, the squares, and the guillotine.

But time, in its irony, has reversed the roles. If in the 18th century the bourgeoisie fought against monarchical absolutism alongside the people, today, its deformed successor—the oligarchs—have decided to rebel... against the people.
They do not wear tricorn hats or wield muskets, but their revolution is relentless. They no longer confront kings, for they have understood that true power is not the crown, but dominion over economies, institutions, and public opinion. They have no need for lodges—why would they? Why dream of enlightened republics? They now conspire openly in economic forums, corporate summits, and opaque multinational boardrooms.
The richest 1% of the planet controls nearly 46% of global wealth, according to Oxfam’s 2023 report. Meanwhile, half of humanity survives on just 1.5% of global resources. This concentration of power is so extreme that, between 2020 and 2023, the wealthiest 1% absorbed 63% of all newly generated wealth. Billionaires have seen their fortunes multiply amid a global crisis and during the pandemic.
But they are not content with being obscenely rich. They want more. They want it all.
Against the Fraternity of Peoples
The most alarming aspect of this new oligarchic insurrection is that its enemy is no longer a king, but the very fraternity between nations. The more fragmented societies become, the more defenseless citizens are against the advance of monopolies and multinational corporations.
Europe is the clearest example. The European Union, a project born from the ruins of two world wars, was conceived to guarantee peace through integration and cooperation. It is not an empire that imposes its rule by force—it is the materialization of a revolutionary idea: union as a guarantee of stability and prosperity. But today, it has been weakened from within and without. Exacerbated nationalism, hate speech amplified by algorithms, systematic attacks on democratic institutions—all seem to respond to a perverse strategy: divide the peoples to rule them more easily.
"Divide et impera" is a Latin phrase that means "divide and conquer." It refers to the ancient political and military strategy used to maintain control over a territory or group of people by fragmenting their forces, sowing internal discord, and preventing them from uniting against a common enemy.
Today's world bears an unsettling resemblance to the liquid modernity described by Zygmunt Bauman: everything dissolves, nothing is permanent, values and institutions melt like wax in the fire of media chaos. Constitutions, once the shields of civilization, are proving insufficient against the power of data, algorithms, and disinformation. Lies spread like truth, while truths fade into the digital fog of fake news.

What will happen to the Declaration of the Rights of Man and of the Citizen? What will become of the Universal Declaration of Human Rights when states weaken to the point of becoming mere puppets of global capital? If rights only exist when there is a power capable of guaranteeing them, then what will remain when that power has been usurped by a handful of plutocrats wielding the banner of total capital?
For centuries, constitutions have been the pillars upon which modern democracies were built, establishing limits on power and guaranteeing fundamental rights. However, today, their ability to protect those rights has been eroded—not due to a lack of legitimacy, but because real power no longer resides in states. Instead, it lies in transnational private structures that operate beyond any constitutional framework.
It does not matter how many articles enshrine freedom of expression if the algorithms of major platforms decide which voices to amplify and which to silence. It does not matter if a constitution guarantees the privacy of its citizens if mass data collection turns every individual into a product—watched, analyzed, and profiled without consent.
Written laws may still be solemnly invoked, but if there are no effective mechanisms to enforce them within this new power ecosystem, their relevance is purely symbolic.
Power is no longer exercised through laws, nor through the state’s legitimate monopoly on violence, but rather through the control of information, economic manipulation, and the dominance of narratives.
The constitutions of France, the United States, Colombia, Mexico, Uruguay, Italy, and others may continue proclaiming rights and liberties, but if control over material and digital reality is concentrated in the hands of plutocrats, corporations, and unaccountable automated systems, then states will be reduced to mere spectators of their own impotence.
In this new order, the question is no longer what rights a constitutional text guarantees, but rather who truly has the power to enforce or nullify them at will.
The Danger of a New Middle Ages… or Worse
The signs are clear. A fragmented world, without social cohesion, without fraternity among nations, is a world doomed to barbarism. If civilization can only be sustained through order and cooperation, then its disintegration can only lead us to chaos.
And if everything created is destined to be used, what will happen to nuclear arsenals? The current geopolitical landscape resembles a game of Russian roulette with nuclear warheads, where tensions multiply as the rules of diplomacy are trampled by economic interests and personal ambitions. If we continue down this path, extinction is not a remote possibility—it is a plausible scenario.
We return to the past, but without the idealism of the Enlightenment nor the audacity of the revolution. There is no Voltaire, no Danton, no Washington, no Franklin, no Bolívar, no San Martín, no Garibaldi. There are no Girondins or Jacobins fighting for the people. There are only economic elites playing chess with entire nations, while citizens are reduced to mere spectators, if not outright victims.
The rebellion of the oligarchs is not just an attack on democracy—it is an assault on the very idea of humanity. If we allow the fragmentation of nations to continue, if inequality deepens, and if power keeps concentrating in the hands of the few, we will be digging our own grave as a civilization.
But history is not set in stone. The French Revolution proved that when the people awaken, they can shake the very foundations of the world. Perhaps it is not too late to remember that liberty, equality, and fraternity are not relics of the past—but flames that must be kept alive.
Milton Arrieta-López
La Rébellion des Oligarques
Par Milton Arrieta-López
La Révolution française, cet éclair qui déchira les ténèbres de l'absolutisme, fut bien plus qu'une révolte bourgeoise : ce fut l’éruption du peuple contre le despotisme. L’histoire a voulu l’enfermer dans le cadre d’une insurrection de commerçants et d’intellectuels contre la noblesse féodale, mais sa vérité est plus profonde, plus volcanique. C'était aussi la colère des affamés, des ouvriers, des paysans écrasés sous le poids des impôts féodaux, des femmes voyant leurs enfants mourir dans la misère pendant que la monarchie dilapidait des fortunes en palais et en festins.

Et dans ce tourbillon de changements, la franc-maçonnerie joua son rôle d'avant-garde intellectuelle. Des loges comme Les Sciences, fondée par Claude Adrien Helvétius, ou Les Neuf Sœurs, créée par Joseph Jérôme Lefrançois de Lalande sous l'égide du Grand Orient de France, devinrent des phares des idées des Lumières. C’est là que Benjamin Franklin, aux côtés de Mirabeau, Desmoulins et Voltaire, scellèrent leur alliance avec les architectes de la nouvelle ère. L’Encyclopédie pour le peuple, la lumière pour le peuple. La fraternité n’a-t-elle pas allumé les lumières du siècle ? La liberté, l’égalité et la fraternité ne furent pas de simples abstractions : elles furent des principes scellés par le sang de ceux qui menèrent la révolution dans la rue, sur la place et jusqu’à l’échafaud.
Mais le temps, dans son ironie, a inversé les rôles. Si, au XVIIIe siècle, la bourgeoisie combattait l’absolutisme monarchique aux côtés du peuple, aujourd’hui, cette même bourgeoisie, déformée et métamorphosée en oligarchie, s’est rebellée… contre le peuple.
Ils ne portent plus de tricornes ni ne brandissent de mousquets, mais leur révolte est impitoyable. Ils ne s’opposent plus aux rois, car ils ont compris que le véritable pouvoir n’est pas la couronne, mais la domination des économies, des institutions et de l’opinion publique. Ils ne s’intéressent plus aux loges – pourquoi le feraient-ils ? Rêver d’une république éclairée ? Ils conspirent désormais ouvertement dans les forums économiques, les sommets d’affaires et les bureaux opaques des multinationales.
Le 1 % le plus riche de la planète détient près de 46 % de la richesse mondiale, selon le dernier rapport d’Oxfam (2023). Pendant ce temps, la moitié de l’humanité survit avec seulement 1,5 % des ressources globales. Cette concentration de pouvoir est telle que, entre 2020 et 2023, les plus riches ont capté 63 % de la nouvelle richesse générée. Les milliardaires ont vu leurs fortunes exploser en pleine crise mondiale et pendant la pandémie.
Mais ils ne se contentent pas d’être obscènement riches. Ils veulent plus. Ils veulent tout.
Contre la Fraternité des Peuples
Le plus préoccupant dans cette nouvelle insurrection oligarchique est que leur ennemi n’est plus un roi, mais la fraternité même entre les peuples. Plus les sociétés sont fragmentées, plus les citoyens sont vulnérables face à l’avancée des monopoles et des corporations transnationales.
L’Europe en est l’exemple parfait. L’Union Européenne, un projet né des ruines de deux guerres mondiales, fut conçue pour garantir la paix par l’intégration et la coopération. Elle n’est pas un empire imposant sa domination par la force, mais la matérialisation d’une idée révolutionnaire : l’union comme garantie de stabilité et de prospérité. Mais aujourd’hui, elle a été affaiblie de l’intérieur et de l’extérieur. Nationalismes exacerbés, discours de haine amplifiés par les algorithmes, attaques systématiques contre les institutions démocratiques… Tout semble répondre à une stratégie perverse : diviser pour mieux régner.

"Divide et impera"
Une locution latine qui signifie "diviser pour régner". Elle renvoie à l’ancienne stratégie politique et militaire consistant à maintenir le contrôle d’un territoire ou d’un groupe en fragmentant leurs forces, en semant la discorde interne et en empêchant leur union contre un ennemi commun.
Le monde actuel rappelle dangereusement la modernité liquide décrite par Zygmunt Bauman : tout se dissout, rien n’est permanent, les valeurs et les institutions fondent comme la cire sous le feu du chaos médiatique. Les constitutions, jadis boucliers de la civilisation, deviennent insuffisantes face au pouvoir des données, des algorithmes et de la désinformation. Les mensonges se propagent comme des vérités, tandis que la vérité elle-même se noie dans la brume numérique des fake news.
La disparition des droits fondamentaux
Que deviendra la Déclaration des Droits de l’Homme et du Citoyen ? Que restera-t-il de la Déclaration Universelle des Droits de l’Homme si les États s’affaiblissent au point de devenir de simples marionnettes du capital global ? Les droits n’existent que lorsque existe un pouvoir capable de les garantir. Or, que restera-t-il lorsque ce pouvoir aura été usurpé par une poignée de ploutocrates arborant le drapeau du capital total ?
Les constitutions ont été, durant des siècles, le pilier des démocraties modernes, établissant les limites du pouvoir et garantissant les droits fondamentaux. Pourtant, aujourd’hui, elles ne sont plus en mesure de protéger ces droits, non pas par manque de légitimité, mais parce que le véritable pouvoir ne réside plus dans les États, mais dans des structures privées transnationales opérant en dehors de tout cadre constitutionnel.
Peu importe combien d’articles consacrent la liberté d’expression si les algorithmes des grandes plateformes décident quelles voix amplifier et lesquelles réduire au silence. Peu importe qu’une constitution garantisse la vie privée si la collecte massive de données transforme chaque individu en produit, surveillé et profilé sans son consentement.
Le danger d’un nouveau Moyen Âge… ou pire encore
Les signaux sont clairs. Un monde fragmenté, sans cohésion sociale, sans fraternité entre les peuples, est un monde condamné à la barbarie. Si la civilisation ne peut survivre que par l’ordre et la coopération, alors sa désintégration ne peut mener qu’au chaos.
Et si tout ce qui est créé est destiné à être utilisé, alors que se passera-t-il avec les arsenaux nucléaires ? La géopolitique actuelle ressemble à une roulette russe avec des têtes nucléaires, où les tensions se multiplient tandis que les règles de la diplomatie sont piétinées par des intérêts économiques et des ambitions personnelles. Si nous poursuivons cette voie, l’extinction ne sera pas une possibilité lointaine, mais un scénario plausible.
Nous retournons vers le passé, mais sans l’idéalisme des Lumières ni l’audace de la Révolution. Il n’y a plus de Voltaire, de Danton, de Mirabeau, de Bolívar, de Garibaldi. Il ne reste plus que des élites économiques jouant aux échecs avec des nations entières, pendant que les citoyens sont réduits à de simples spectateurs, voire à des victimes.
La rébellion des oligarques n’est pas seulement une attaque contre la démocratie : c’est un assaut contre l’idée même d’humanité.
Mais l’histoire n’est pas gravée dans la pierre. Il est encore temps de raviver la flamme de la Liberté, de l’Égalité et de la Fraternité.
Milton Arrieta-López
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